Autor: longley, michael
Mi padre, y que ningún símil eclipse donde cruces como algún bosque simplificado hunden raíces en mi mente, las lentas arenas de tu historia se demoran hasta que por tus ojos te leo como a un libro. Antes de que murieras, realistado con todos los soldados quebrados a los que te inclinaste debajo de tu mochila, cerca del colapso, en anécdota reensayada y resumida estas palabras que escribo en memoria. Deja que el tuyo y otros síncopes jueguen en mis manos. Ahora veo más cerca, en el ojo de mi mente, los muertos agrietados y astillados por piedad, cada lúgubre tarde se aprontan a morir al sol, tú, mirando a la muerte y pesadilla en el rostro con tu vestido, armónica y escopeta, envejeciendo en un destello, pero ninguno más sabio (quien, siguiendo la cola equivocada en El Palacio, se había juntado al Escocés de Londres por error), tus diecinueve años inciertos si y por qué Bélgica le puso fin al Kaiser. Entre los cadáveres y las cantimploras de sopa te desvaneciste, viendo cómo se derramaba tu futuro. Pero, como ocurrió, la urna de tu propio funeral había sido hecha trizas misericordiosamente, a fragmentos de metralla que te rebanaron los testículos. Aquel instante yo, tu hijo menos parecido, en la tierra de ningún hombre seguramente había sido dejado por muerto, borrado de tu lejano horizonte. Mientras tu voz ahora era encerrada en mi cabeza, yo todavía fui mantenido a resguardo, esperando mi turno. Finalmente, aquella miserable guerra había terminado. Varado en Francia y en necesidad de prueba tú cazaste amantes experimentales, persuadiendo a coristas y condesas: ésta, padre, la última confidencia que hablaste. En mis veinte tus viejas heridas despertaron como cáncer. Alojados bajo el mismo techo la muerte era un visitante que merodeaba, esparciendo la casa con píldoras y vendajes, hasta que él decida poner tu espíritu afuera. Aunque ellos se adelantaron a la secuencia de eventos que terminaron con la ambulancia afuera, tú esperando en el hall, tus entrañas en fuego, lágrimas en tus ojos, y todas tus medallas gastadas, yo convoqué a muchachas que empacaron al fin y fueron al subsuelo contigo. Sus almas de nuevo en alquiler, ahora esas esposas perdidas como novias recreadas toman forma ante mí, se materializan. Al borde de la leyenda ligera y feliz ellas levantan sus faldas como persianas sobre tus ojos.
traducción: HM