Autor: longley, michael
I
Recordando a su padre y conmovido hasta las lágrimas, Aquiles lo tomó por la mano e impulsó gentilmente al viejo rey afuera, pero Príamo se acurrucó a sus pies y lloró con él hasta que su tristeza llenó el edificio.
II
Tomando el cadáver de Héctor en sus propias manos, Aquiles se aseguró que estuviera lavado y, por el honor del viejo rey, vestido en uniforme, listo para que Príamo lo transportara envuelto como un presente a su hogar de Troya al amanecer.
III
Cuando estuvieron comiendo juntos, a ambos les agradó contemplar la belleza del otro como harían los amantes, Aquiles construido como un dios, Príamo todavía de buen aspecto y lleno de conversación, que más temprano había suspirado:
IV
‘Me arrodillo y hago lo que debe hacerse y beso la mano de Aquiles, el asesino de mi hijo’.
traducción: HM