Autor: longley, michael
Déjame hacer lugar para algodón de ciénaga, una flor del desierto, Keith Douglas, casi repito lo que tú estabas diciendo cuando apostrofaste las amapolas de Flanders y la muerte de la poesía allí: eso fue en Egipto entre los soldados arenosos de otra guerra.
(Cuelga de un hilo, más densa que el cardo, renuente a volar, una veleta que traza el flujo de la sombra de las nubes sobre la monótona ciénaga, e inútil también, aunque bien podría traer a la mente el relleno de almohadas, el restañamiento de las heridas, harapos desgarrados de una enagua y ahogados en agua y atados a los arbustos alrededor de algún muro sagrado como para hacer un hospital del paisaje, curaciones y medicinas tan lejanas como el horizonte, que nadie puede cosechar excepto con el ojo.)
Tú viste que más allá de las flores más sedientas del desierto caen allí cientos de miles de pétalos de amapola magnificados a manchas de sangre por la distancia media o por las aún desenfocadas miras de un rifle, e Isaac Rosenberg llevaba uno detrás de su oreja.
traducción: HM