Autor: Heaney Seamus

Nuestros caparazones repiquetearon en los platos. Mi lengua era un estuario rellenándose, mi paladar colgaba con luz de estrella: mientras probaba las saladas pléyades de Orión sumergir sus pies en el agua. Vivas y violadas, ellas yacían en su lecho de hielo: bivalvos: el bulbo partido y el suspiro mujeriego del océano, millones de ellas rasgadas, desmenuzadas y esparcidas. Nos habíamos conducido a esa costa a través de flores y piedra caliza, y allí estábamos, brindando a la amistad, dejando un perfecto recuerdo en el frescor de la paja y la vajilla. Sobre los Alpes, empacada profundo en heno y nieve, los romanos transportaban sus ostras desde el sur a Roma: vi a los cestos húmedos desembocar en el cenit escocido en salmuera del privilegio, de labios frondosos, y estaba enojado de que mi confianza no pudiera reposar en la luz clara, como la poesía o la libertad inclinándose desde el mar. Comí aquel día deliberadamente, y su sabor podría acelerarme todo en verbo, puro verbo.

traducción: HM

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