Autor: longley, michael

Eramos combatientes desde el principio. Nuestro padre nos compró guantes de box cuando tuvimos diez, campeones como Euríalo, digamos, o Epeyo de fama de caballo de madera: ‘Yo soy el más grande!’ ‘¡Nadie me va a noquear!’ Escucha, Pedro, al comentario –espantosos dientes- triturando, sudor esparciéndose por sus brazos y piernas, enormes puños en correas de cuero de buey peleándose, luego el knock-­out golpeó la quijada de Euríalo, levantándolo con un uppercut, como un pez que se arquea en los bajíos enmarañados de maleza y colapsa de regreso al agua turbia, viento de mar enviados olas de conmoción a la playa, el ganador le da al perdedor una mano ayudante y sus segundos lo ayudan a través del ring en pies arrastrándose, la cabeza repantigada a un lado, coágulos de sangre, et cetera et cetera… Ataré tus guantes. ¿Deberíamos pelear de nuevo?

traducción: HM

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