Autor: Heaney Seamus
I
Brillanteces cambiando. Entonces la luz del invierno en un pórtico, y en la escalera de piedra un mendigo sacudiendo su silueta.
Entonces el juicio particular debería exponerse: la pared desnuda y el hogar frío, llovía en el charco brillante donde vaga la vida en la nube libre de alma.
Y luego del viaje ordenado, ¿qué? Nada magnífico, nada desconocido. Una mirada afuera desde lejos, solo.
Y no es en absoluto particular, solo la vieja verdad amaneciendo: no hay una próxima vez alrededor. Alcance sin techo. Viento refrescando el conocimiento.
VI
Una vez, como un niño, afuera en un campo de ovejas, Thomas Hardy simuló estar muerto y se acostó entre sus delicadas espinillas.
En aquel espacio herboso olfateado y balado él experimentó con la infinitud. Su pequeño y fresco semblante era como un yunque esperando al cielo para hacerlo cantar el tono perfecto de su mudo ser, y esa agitación que él causó en el trajín de vellones era la orginal de una onda que viajaría ochenta años hacia afuera desde allí, para ser la misma onda dentro de él en su última circunferencia.
VII
(No lo recuerdo. El bajó en cuatro patas, dice Florence Emily, cruzando un laberinto de ovejas. Hardy persiguió a las criaturas cara a cara, sus ojos insensatos y confiabilidad para que el pánico lo hiciera sentir menos solo, hizo que la tristeza proléptica se detuviera un momento sobre él, perfectamente conocida y segura. Y entonces la consternación del rebaño se fue nadando en los parpadeos, murmullos y desvíos que él había conocido en fiestas en la famosa edad antigua, cuando a veces él se imaginaba un fantasma y circulaba con esa nueva perspectiva.)
VIII
Los anales dicen: cuando los monjes de Clonmacnoise estaban todos en rezos adentro del oratorio apareció un barco por encima de ellos en el aire.
El ancla lo arrastraba desde tan atrás y profundo que se enganchó en los rieles del altar y entonces, mientras el gran casco se balanceó hasta detenerse, un hombre de la tripulación se trepó y aferró a la cuerda y luchó para soltarla. Pero en vano. ‘Este hombre no puede soportar nuestra vida aquí y se hundirá’, dijo el abad, ‘a menos que lo ayudemos’. Así lo hicieron, el barco liberado navegó, y el hombre bajó desde lo maravilloso como si lo hubiese conocido.
traducción: HM