Autor: Heaney, Seamus
a Michael Longley
Cómo un niño, ellos no podrían apartarme de pozos y viejas bombas con cubos y molinetes. Amé la gota oscura, el cielo atrapado, los olores de algas, hongos y musgo húmedo.
Uno, en un aserradero, con un tablero podrido encima. Yo saboreé el rico choque cuando un cubo cayó en picada al final de una cuerda. Tan profundo que no veías ni un reflejo de él.
Uno superficial bajo una zanja de piedra seca fructificó como cualquier acuario. Cuando arrastrabas largas raíces desde el mantillo blando una cara blanca se cernía sobre el fondo.
Otros tenían ecos, te devolvían tu propia llamada con una clara nueva música en él. Y uno estaba asustado porque allí, desde helechos y altas dedaleras, una rata abofeteada a través de mi reflejo.
Ahora, para hurgar en las raíces, meter los dedos en el fango, para contemplar al narciso de grandes ojos, en alguna primavera está más allá de toda dignidad adulta. Rimo para verme, para poner a la oscuridad haciendo eco.
traducción: HM