Autor: Heaney, Seamus

In Memoriam M.K.H., 1911-1984
Ella me enseñó lo que su tío una vez le enseñó: cuán fácil el bloque mayor de carbón se parte si tienes el grano y el martillo en el ángulo correcto.
El sonido de aquel seductor golpe relajado es cooptado y obliterado eco, me enseñó a golpear, me enseñó a soltar, me enseñó entre el martillo y el bloque a enfrentar la música. Ahora me enseña a escuchar, a golpearlo rico detrás del negro líneal.
Un adoquín lanzado hace cien años continúa viniendo a mí, la primera piedra apuntada a la frente torcida de una bisabuela. El poni se sacude y comienza el motín. Ella está agachada en la trampa corriendo el guante aquel primer domingo por la meseta a misa al galope del pánico. El atraviesa la ciudad a gritos de ‘¡Lundy!’. La llama ‘la Conversa’. ‘La novia exógama’. De cualquier modo, es una pieza de género heredada de mi madre y mía para disponer que ahora ella se ha ido. En vez de un lazo victoriano de plata, la piedra exoneradora, exonerada.
Linóleo pulido brilló allí. Grifos de bronce brillaban. Las tazas chinas eran muy blancas y grandes, un juego sin astillas con azucarero y jarra. La pava silbó. El sandwich y scon de té estuvieron presentes y correctos. En caso de que corra, la manteca debe ser guardada fuera del sol. Y no vayas dejando caer migas. No sacudas tu silla. No te estires. No señales. No hagas ruido cuando te agitas.
Es el Número 5, Nueva Fila, Tierra de los Muertos, donde el abuelo se está levantando de su lugar con anteojos encajados en una limpia cabeza pelada para dar la bienvenida a una desconcertada hija doméstica antes de que ella siquiera golpee. ‘¿Qué es esto, qué es esto?’ Y ellos se sientan juntos en la habitación brillante.
Cuando todos los otros estaban afuera en misa yo fui todo de ella mientras pelamos papas. Ellos rompieron el silencio, las dejamos caer una a una como soldadura que gotea del hierro soldándose: frías comodidades puestas entre nosotros, cosas para compartir, brillando en un balde de agua limpia. Y nuevamente dejamos caer. Pequeñas salpicaduras placenteras del trabajo de cada uno nos traerían a nuestros sentidos.
Entonces mientras el cura párroco a su lecho fue martillo y tenazas en las oraciones por los moribundos, y algunos estaban respondiendo y algunos llorando, recuerdo su cabeza inclinada contra la mía, su aliento en el mío, nuestros fluidos cuchillos goteantes, nunca más cerca el entero resto de nuestras vidas.
El miedo a la afectación la hacía sentir inadecuada cuando se trataba de pronunciar palabras «más allá de ella». Bertold Brek. Ella se las arreglaría alto torpe y torcida cada vez, como si debiera traicionar el vocabulario torpe e inadecuado por uno demasiado bien ajustado. Con más desafío que orgullo, ella me diría ‘Tú conoces todas las cosas’. Entonces goberné mi lengua enfrente de ella, una adecuada traición genuinamente bien ajustada de lo que sabía mejor. Yo no y sí y decentemente recaería en la gramática incorrecta que nos conservaba aliados y a raya.
El frío que vino de sábanas justo fuera de línea me hizo pensar que aún debían estar húmedas, pero cuando tomé mis rincones del lino y tiré contra ella, primero enderezándolas y luego en diagonal, entonces agité y sacudí la tela como una vela en un viento cruzado, haría un seco y ondulado aporreo. Así que nos estiramos y plegamos y terminamos mano a mano por un segundo partido como si nada hubiese sucedido, porque nada tenía que no siempre sucediera de antemano, día a día, sólo un toque y listo, acercándonos de nuevo sosteniéndose en movimientos donde yo era x y ella era o, inscriptas en sábanas que ella cosió de sacos de harina desgarrados.
En el primer rubor de las vacaciones de pascuas, las ceremonias durante la Semana Santa eran puntos altos de nuestra fase de Hijos y Amantes. El fuego de medianoche. El candelabro pascual. Codo a codo, contentos de estar arrodillados cerca el uno del otro, cerca del frente de la iglesia abarrotada, seguiríamos el texto y rúbricas para la bendición de la fuente. Como la cierva anhela los arroyos, así mi alma… Inmersiones, toallazos. El agua respirada. El agua mezclada con crisma y aceite. Tintineo de la vinagrera. La incensación formal y el clamor del salmista recogidos con orgullo: Día y noche mis lágrimas han sido mi pan.
En los últimos minutos él le dijo casi más a ella que en toda su vida juntos. ‘Estarás en una nueva fila el lunes a la noche y yo vendré por tí y tú estarás contenta cuando camine por la puerta… ¿No es cierto?’ Su cabeza estaba inclinada hacia la de ella levantada. Ella no podía oír pero estábamos regocijados. El la llamó buena y muchacha. Entonces ella estaba muerta, la búsqueda de pulso o latidos fue abandonada, y todos sabíamos una cosa por estar allí. El lugar donde estábamos parados había sido vaciado en nosotros para conservarlo, penetradas las separaciones que de pronto se pararon abiertas. Altos llantos fueron caídos y aconteció un cambio puro.
Yo pensé en caminar alrededor de un espacio completamente vacío, totalmente una fuente donde el almendro entarimado había perdido su lugar en nuestro seto delantero por encima de los alhelíes. Las papas blancas saltaban y saltaban y patinaban alto. Yo oí el hacha diferenciada, cortando precisa, el quiebre, el suspiro y colapso de lo lujurioso a través de los bordes conmovidos y el estrago de todo ello. Plantada profundo y hace tiempo ida mi castaña coetánea de un tarro de mermelada en un agujero, su peso y su silencio se convirtieron en un brillante de ninguna parte, un alma ramificándose y por siempre silenciosa, escuchaba más allá del silencio.

traducción: HM

Vistas: 0
Compartir en