Autor: José Ferrero
El macrimileísmo está exultante. Los valores e indicadores de los mercados están ascendiendo vertiginosamente y el desfalco que está perpetrando el gobierno de Milei pasa desapercibido ante los elogios de los organismos internacionales, que celebran un descenso de la inflación absolutamente espurio y falsificado por dibujos caprichosos de burócratas que se entregan a las órdenes de fondos buitres y prestamistas mayores, como el FMI, el Banco Mundial, y toda la abyecta organización de Bretton Woods.
Ahora van a vender como un mérito o una recuperación económica lo que en verdad es una tragedia, una desgracia descomunal en términos de pobreza, recesión, hambre, indigencia, decadencia moral y espiritual, sobresaliendo el aumento de suicidios y gente en situación de calle. Van a decir que ahora podemos tomar más dinero prestado a tasas bajas, y que el dinero que se conseguirá esta vez Caputo y Macri no lo van a fugar.
De manera obscena y mesiánica, mediante decretos dignos de un Calígula trasnochado, Milei le ha quitado una enorme carga tributaria a los ricos, en medio de un empobrecimiento atroz del resto de la población argentina. Ha llevado al extremo una desigualdad social que torna al país más invivible que inviable. Su aparato mediático propagandístico está abocado completamente a la batalla cultural consistente en destruir la cultura y todo rasgo de civilización en la sociedad, apelando para ello a fanfarrones y arrogantes discursos fascistoides, típicos de cavernícolas, que siempre acaban amenazando con la represión o la muerte en vida según cual sea el antojo del libertario entronizado.
Así lo hizo con la ex presidenta CFK, quien inoportunamente se ha inmiscuido en la interna del Partido Justicialista, en lo que amaga ser un regreso a la escena política como líder de la oposición al gobierno de Milei. A ella no le van a dar ningún premio Sakharov como le dieron a la amiga del genocida Netanyahu, María Cochina Machado, por ser la opositora más prominente del estoico gobierno venezolano. Y es que “Cristina”[1], no tiene como objetivo el golpismo y la traición a la patria como la premiada por los europeos antirrusos: los medios de la mafia macrimileísta ya anunciaron que muy pronto será condenada por un alto tribunal, y a pedido de los dos líderes derechistas de ojos azules se está preparando su encarcelamiento en lo que sería una caída en desgracia más para la resistente líder argentina, que ya sobrevivió al intento de asesinato por parte de la misma organización mafiosa, comandada por el actual ministro de economía que tan contento está con los resultados de ajuste a todo el mundo y fuga de dólares a cuentas offshore personales, familiares y de capitalistas amigos.
Pero no nos adelantemos. Eso será realidad maldita a mediados de noviembre. Por el momento el regreso de Cristina a la acción política ha generado el revuelo suficiente para que se inquieten propios y extraños. El experimento albertista amagó acabar con su trayectoria política, y sin embargo se ve que la mujer todavía tiene paño y letra para luchar contra un estado de cosas absolutamente podrido y asqueroso. Ella quiere contrarrestar el odio y la violencia que derrama y exuda el gobierno a cada rato, la descomposición de la nación en todas las áreas y estamentos sociales.
Todo lo antedicho explica el descenso abrupto del riesgo país. Se supone que se trata de un indicador de JP Morgan que grandes inversores observan para decidir si ponen su dinero aquí o acullá. La verdad es que a pesar del entreguismo, la sumisión y la actitud rastrera de todos los voceros del gobierno, no ha llegado una inversión genuina a la Argentina en el período de Milei que no sea de aviesos y expertos narcotraficantes, o derivadas de las mismas estructuras macristas o de la secta pedófila judeo-ortodoxa conducida por el líder espiritual de Milei.
Además, la contracara de la “fiesta de los mercados”, “el planchamiento del dólar”, la baja del riesgo país, y la buena onda con el FMI y Wall Street, es una miseria cada vez más aguda, un hambre cada vez más punzante, una desolación cada vez más desesperante, una impotencia acalambrante, para la población que no comulga con las ideas y medidas macri-mileístas, y que lucha por sobrevivir indignamente, abusada y humillada por doquier, viéndose obligada a recortar gastos para igualmente mantener insatisfechas necesidades básicas. Un delirio morboso, que el presidente anunció antes de asumir, en el que ha metido a casi todos los argentinos.
[1] Como la llama todo el mundo.