Compramos una casa pequeña cerca del río, en el barrio Southside. Una cabaña de la que arranqué tablas de la puerta principal para entrar, medio acre de tierra, en la parte trasera chatarra y alambres oxidados amontonados durante décadas, durmientes de ferrocarril de creosota, plantas rodadoras, una montaña de decadencia, cosecha jamás recogida, tejiéndose lentamente a la tierra nuevamente. Destripé la casa de yeso, clavé, rematé, teché, instalé tuberías, vertí cemento, coloqué placas de yeso, baldosas, moqueta, arranqué, volví a colocar, apilé, quemé, limpié, cementé, instalé, lavé y pinté, recorté, podé, paleé, rastrillé, segué, martillé, medí, estuqué hasta que, con las manos callosas, cuerpo duro y elegante, de músculos firmes, nuestra pequeña casa se levantó de una lápida calcinada y descolorida, un dormidero podrido a la intemperie para yonquis y vagabundos, viento, lluvia y sol astillaron escarpadas historias de tormentas, yo corregí, reescribí sobre tablet de yeso y madera, nuestra propia versión del amor, la familia y el poder.

traducción: HM

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