De violencia a paz

Autor: Baca, Jimmy Santiago

Veintiocho perdigones hicieron cráteres en mis muslos, vientre e ingle. Pulso suavemente cada carne quemada, digitando con pomada los talones costrosos.
Podría haberme castrado, hecho extinto lo volátil, soy un hombre romántico. “El está muerto”, el doctor en la sala de emergencias podría haberle contado fácilmente a mi esposa aquella noche. En vez de “Sumérjalo en un baño dos veces por día. Aplique esta pomada a los dolores. Aquí hay un suministro de un mes de sedantes”. Recuerdo el profundo gruñido gutural que di cuando el doctor presionó mi ingle. Asegurado de que todavía podía hacer el amor, la morfina me adormeció y en un sordo estupor no puedo recordar a la policía visitando mi cama, o riendo tan fuerte, ellos fruncieron el ceño por una respuesta seria. Yo aullé que un oficial me disparó por el Río Grande, y ellos maldijeron y se fueron.
En el verano del ’88 yo canjeé alfalfa por un becerro. Aún oliendo a ubres de leche, lo até adentro del camión y me fui. Sus pezuñas mordieron las raíces rosadas hasta que todo el frondoso campo se convirtió en polvo desnudo. Un toro magnífico.
La rueda resplandeciente de corazón sopló rebosante de llama blanca al amanecer. El maniobró su negro músculo como un escudo de batalla para desafiar al sol, su grueso cuello erguido hacia abajo y los costados, se abalanzó sobre mi como una flecha y bufido, pezuña estampada y narices polvorientas hasta que le gruñí azotando el aire con una rama de sauce, vertí el grano en la artesa y esparcí alfalfa. Respeté sus cuernos y él la silbante amenaza del sauce.
Una tarde mi primo Patricio me ayudó a vendar el escroto del toro, usurpamos savia hinchada en su saco testicular. Se marchitó a una zarza rosa y sembró el jardín para endurecer los tallos de maíz y tener cuernos dorados y resistentes.
A partir de entonces él rozó las vallas, con la lujuria templada y la gracia apacible de un sacerdote célibe. Su porte ahora era elegante como una flor silvestre brotada durante la noche.
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Perfecto le disparó. Chirriando en una cuerda negra de sangre alrededor del cuello, se tambaleó, convulsiones en escalada. Sangre explotando en brillante latigazo de aire sísmico, se tambaleó de cola en el guardabarros del remolque, el segundo y el tercer disparo resplandecieron su muerte.
Una sombra temblando de llama de vida oscureció el aire y chisporroteó una última gota de sangre. Bebí largos sorbos de whisky y, pensando que estaba muerto, me di vuelta para salir caminando, entonces dio un tremendo gemido, gemido tremendo, un gemido de nacimiento… un gemido de luna… la sangre brotaba gruesa, gruesa, gruesos callejones de sangre de estrella muerta, y yo me volví y me dije “¡esa es la voz de la luna, esa es la voz de la luna!” Y la luna blanca estaba en el cielo, y yo miré a la luna por un rato largo.
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Me senté en el suelo y tragué whisky, bebí a la muerte del novillo aún cálida en mi garganta. ¡Un animal hermoso! Yo permití que sea carneado. Cuando triunfaba y galopaba en el campo su cuerpo era el borde de un acantilado oscuro y ventoso, y sus ojos eran las puertas de un sueño, ahora sangraba un pergamino carbonizado de canto antiguo en grava, nunca lo sabría, y sus troncos ennegrecidos de sangre humeaban vocales moribundas, nunca lo escucharía. Mi corazón cruje y tiembla de rabia, molida la muerte del novillo a molienda roja, me apené, lloré emborrachado que a nadie le importara, esa humanidad me traicionó, éramos todos cobardes.
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Perfecto, Valásquez y el carnicero intentaron evitar que yo condujera, pero ahora era el tiempo de establecer un mal feudo con otro amigo. Redimir la sangre del toro con la nuestra. Conduje a la casa de Felipe, la ira estaba anudada en mí firme como la cuerda atada al camión contra la que se debatía el novillo. Yo podía tirar de mí pero no podía liberarme. (Había tenido un sueño la noche anterior, yo cruzaba el puente de hierro negro parcialmente colapsado por el vendaval, me agarré a la barandilla derecha atornillada, mis dedos se aferraron a los laterales de malla metálica, cuidadosamente descendieron al agua hasta la muñeca. Yo lo vadeé lentamente y ascendí por el otro lado, pero había perdido mis anteojos de sol y la billetera, retrocedí, fui a tientas hasta el fondo, los encontré y subí nuevamente.)
Tenía que cruzar aquel puente de nuevo. Lleno de significación… esta noche, la parte más profunda del puente inundado era peligrosa… hundiéndose… años representados de mi vida colapsada y destruida, el agua, elemento de limpieza, mi forma de ascenso me había curado, en tierra firme, pero retrocedí para revivir la destrucción… “¡Felipe!” grité, la luz del porche se encendió, iluminando el patio. “Viniste a la pelea, sácate tus anteojos” dije yo.
Los ojos de insecto se vidriaron desconcertados, luego las rendijas grises de los labios gruñeron “¡Tú, perro bastardo!” El se retiró a la oscuridad un momento, reapareció en el porche, la sierra dentada de su voz cortó la fría oscuridad “¡Hijo de su pinche madre! ¡Mátalo! ¡¡Mátalo!!”
El primer disparo enmarcó la oscuridad a mi alrededor con un vertedero de luz brillante, erupción de sonido, y el segundo disparo rugió una pulverización de brillantez y el tercero dio un halo de destello expandido. Mis piernas temblaron y caí al suelo. (Yo pensé, ¡santa mierda, lo que sea le haya ocurrido a la vieja riña de patio entre amigos enemistados!)
Yo gemí con el novillo y arrastré mis piernas muertas al camión, me abalancé sobre los codos a la cabina, la mano levantando la piedra muerta bajo mi cintura para el embrague y freno.  
A la mañana siguiente vinieron las llamadas “¡Dínos quién lo ha hecho, Gato! ¡Nuestros rifles están cargados!” Yo dije “Déjenme solo. ¿Qué harían si un hombre borracho ingresa a su patio, amenazándolos con golpearlos?” Yo deseaba paz, deseaba diluir el núcleo inconmovible de venganza en mi corazón, he cargado desde entonces a un niño, desmantelo la rueda sangrienta de violencia que había montado desde niño.
Durante mi semana en cama, los perdigones me polinizaron con una paz olvidada, y entre pensamientos despertados de cólera y venganza, duermo con un pequeño prado de luz, un claro en el que caminé y descansé. Fragancia de paz me llenó como la fragancia de flores y el polvo permea manos que trabajan en el jardín todo el día.
El curandero vino de visita y dijo “En tiempos antiguos el toro era el símbolo de mujeres. ¿Sabías eso? Matar al toro es matar a la parte intuitiva de tí, la parte femenina. Te imaginas, cuando Jesús levantaba a Lázaro, él gimió en su espíritu y aquel toro gimió, y cuando tú mataste al toro, te estaba levantando a ti. El toro moribundo te dio nacimiento y ahora puedes ser bendecido o maldecido. La corriente de sangre de aquel toro, te ahogará o liberará, pero no se desperdiciará”.

traducción: HM

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