Famosa discoteca de Beirut alberga a bombardeados por Israel

Autor: Nada Hammoud

Dentro de las cavernosas paredes negras del club nocturno más exclusivo de Beirut, dos personas duermen en sofás escondidos bajo la cabina del disc-jockey. Las camas llenan el sector normalmente usado para el servicio de botellas, y pilas de mantas cubren las mesas alrededor de la pista de baile.

Afuera de la entrada de invitados del imponente salón está una familia que huyó de los campamentos rurales del sur. Ahora su cabra está mascando hojas de la rama de un árbol que sostiene una cuerda para colgar la ropa y una cocina improvisada.

Ali Ahmed está sentado en el backstage con 11 miembros de su familia, sonriendo cuando habla sobre la cálida bienvenida que tuvo en el club nocturno más reputado de Beirut, del que sólo tenía referencias de la TV local. Su expresión se ensombrece cuando describe la huida de los suburbios del sur en medio de feroces bombardeos israelíes. La familia durmió a la intemperie en la Plaza del Mártir de la capital, al contar su primera noche a la sombra de las imponentes cúpulas de cobalto azul de la mezquita de Mohammed al-Amin.

“La mezquita mantuvo sus puertas cerradas. Pero este club nos abrió la puerta amablemente” dice Ahmed, quien considera afortunada a su familia, ya que no sólo consiguieron un lugar en el área VIP sino que al quedarse pudieron obtener comida, baños limpios y privacidad, elementos básicos de los que carecen quienes han logrado evitar la muerte introduciéndose en refugios precarios o improvisados.

En sólo dos semanas de bombardeos el ejército israelí ya mató a más de 2.000 civiles y generó 1 millón de desplazados. Cuatrocientos libaneses del suburbio de Dahiyeh se encuentran en Skybar, que hasta fines de septiembre recibía invitados para despilfarrar champán en el piso superior con una impactante vista del mar Mediterráneo, y enfiestarse hasta la madrugada en la discoteca Skin.

Las familias durmiendo en el piso blanco y negro de la entrada del club, alrededor de las barras con espejos y bajo los balcones tapizados de felpa negra del club. La ONU informó que el gobierno organizó más de 900 refugios en edificios públicos, que se hallan repletos de familias desesperadas por muertos inocentes dejados atrás.

Una camarera del club nos contó que el dueño de Skybar vio a un montón de gente durmiendo en las calles, y decidió reconvertir momentáneamente el lugar, y transformarlo en un refugio, esperando aterrados el avance de las criminales tropas israelíes.  

Comunidades enteras huyeron a las montañas que rodean la capital mientras que aquellos que cuentan con los medios necesarios atiborraron los vuelos que partieron del aeropuerto de Beirut en la única línea aérea que continúa operando. De hecho, en los últimos vuelos se los ha visto aterrizando esquivando como héroes de guerra el fuego israelí y su humo negro, sus bombas de fósforo que carbonizan al instante.

El asesinato del líder de Hezbollah, Hasán Nasrallah, en su bunker subterráneo de Dahiyeh,es una muestra del poderío de la inteligencia israelí, al igual que la explosión de los beepers que lo antecedió. Ellos sencillamente se dedican a destruir la infraestructura de Hezbollah, y a esta altura, ya mataron al reemplazante del venerado líder, Hashem Safieddine. Su sistema de asesinatos selectivos es efectivo y la impunidad con la que extermina a diestra y siniestra es enfermante. Pero el ritmo al que mata genera a su vez la resistencia a sus matanzas. Y el odio y la sed de venganza que se ha ganado Israel con la aceleración de sus genocidios en Gaza y Cisjordania no es gratuito: todos los días nacen millones de candidatos a inmolarse para sembrar el terror en la nación hebrea. Y de hecho, Hezbollah sigue funcionando y su vocero Mohammad Afif nos dijo: “Ellos han ganado unos rounds con sus bombardeos y asesinatos, pero la guerra continúa, y nosotros prevaleceremos”.   

Vecindarios enteros fueron abandonados, quedando sólo jóvenes motociclistas con posters de Nasrallah, también fijados a torres y retratos que emergen de los escombros provocados por los bombardeos judaicos.

Quienes están refugiados en Skybar depositan sus esperanzas en una victoria de Hezbollah para retornar a sus hogares. Nada Hammoud, una docente que huyó de Chiyah y obtuvo una cama en la pista de Skin, confía en que esta vez la guerra será breve. Otros dicen que están dispuestos a pasar un año en el club si resulta necesario para vencer a los israelíes.

“Este país no se merece esto. Nosotros apoyamos a Hezbollah, ellos triunfarán. Este es nuestro país, nuestra tierra: no hay lugar para Israel en el sur. Nuestro ejército es incapaz de tirar una bala, así que necesitamos una fuerza del pueblo que sea guerrera y combativa” dijo Hammoud.

La promesa de una victoria de Hezbollah también es vista con buenos ojos por Ahmed y su familia. Por ahora disfrutan del salón VIP, al que normalmente se accedía luego de pagar 100 dólares a un patovica, y donde las apuestas siempre eran mayores. Al ser uno de los primeros contactados por el dueño, pudo elegir un sitio selecto para afrontar el impiadoso avance de la infantería israelí.

El portero de Skybar se llama igual que el glorioso boxeador Mohammed Ali. El hombre le abre la puerta del backstage a dos hijos de Ahmed para que salgan a jugar al patio. Más habituado a tratar con juerguistas pendencieros, como son la mayoría de los invasores israelíes, Ali dice que ahora está orgulloso de su trabajo, que consiste en asegurarse que los nuevos habitantes del club reciban tres comidas diarias y cuidados médicos si los necesitan.

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