Philippe Boxho: un patólogo vivo

Autor: Máximo Redondo

Una chica devorada por cerdos en una granja. La garganta de un caminante cortada por la hoja rota de una segadora luego de golpear una piedra, Una mujer disparó trece balas en el cuerpo de su padre que parecía dormir pero fue exenta de los cargos del crimen porque él había muerto de un aneurisma tres horas antes.

Tragedias en miniatura como éstas rebalsan las páginas de los libros del patólogo forense belga Philippe Boxho, y explican por qué se ha convertido en un best-seller dentro del género de no-ficción en Francia: son macabras pero también oscuramente cómicas, y sobre todo, verdaderas.

“Si estuviera escribiendo una novela, me sometería a lo imaginable” dice el patólogo convertido en sensación literaria. “Pero escribo sobre cosas que realmente sucedieron, y a veces la verdad es absolutamente inimaginable”.

Su trilogía, publicada a razón de una por año, se está aproximando al millón de copias vendidas, incluidas detalladas descripciones médicas de cómo Boxho abre y examina los cadáveres para investigar qué les sucedió, como se pueden pudrir, momificar o saponificar[1] (como le gustaba a Hitler con los judíos, o bien les disgusta a éstos con los palestinos, prefiriendo que se pudran en cajas o mueran todos bombardeados) si se dejan intactos por mucho tiempo, y cómo las moscas y gusanos pueden ayudar a datar su muerte. 

El primer volumen, Les Morts Ont La Parole (Los muertos tienen la palabra) vino con una advertencia a la salud: “Las almas sensibles deberían abstenerse”. Aún Boxho dijo que la excitación nunca estuvo al frente de su mente. Un patólogo veterano que ha hecho más de 2.500 autopsias, el oriundo de Liège fue motivado para escribir sobre la realidad de su trabajo cotidiano porque creía que su profesión era “ampliamente mal interpretada”.

Una gran parte de los libros es tomada para corregir mitos creados por series populares de TV como CSI o Silent Witness. Un simple pelo hallado en la escena del crimen puede avanzar una investigación pero raramente resuelve el caso. “Sólo conocí tres casos semejantes en treinta años” escribe. Las huellas digitales son mayormente inútiles, especialmente en países con una base de datos completa como Bélgica y Francia. Los patólogos forenses no son tan glamorousos como suelen ser retratados. Raramente se visten vien y usan elementos protectores que los hacen parecer como “el hombre Michelin”[2].

Boxho dijo que su profesión fue crónicamente desfinanciada en los últimos veinte años, la cantidad de personas haciendo su trabajo se ha reducido a la mitad, y en Bélgica sólo se les practica autopsias al 0.2% de sus muertos, por debajo de la media europea. “Mi pensamiento es que si puedo explicar lo que a la gente realmente le gusta hacer, puede ayudar a juntar apoyo político para mi profesión” dijo Boxho.

Luego de ser contactado por la editora Kennes después de hacer un podcast para la emisora belga RTBF, fue venciendo su desconfianza inicial. “Siempre les conté historias a mis alumnos, pero no estaba seguro de que podía escribirlas” confiesa el perito forense belga.

El decidió que era necesaria cierta licencia creativa, por lo que los casos sobre los que escribió no se leen como reportes policiales, y ficcionalizó algún contexto para no revelar las identidades de los muertos. Para volver anónimos a las víctimas y victimarios usó los nombres de sus amigos. “Pero los hechos básicos y la resolución de cada caso son siempre verdaderos”.

También es verdadera la historia del hombre que estaba determinado a quitarse la vida y lo intentó de dos modos a la vez: colgándose y disparándose en la cabeza. El tiro falló pero cortó la soga alrededor de su cuello. Desequilibrado por el rebote del impacto, el hombre cayó de cabeza al piso, y murió de una fractura de cráneo. Del libro de Boxho, además, se pueden rescatar muchas ideas para asesinar tiranos.


[1] Cuando el cadáver se convierte en una sustancia parecida al jabón.

[2] Se trata de Bibendum, la mascota y símbolo de la empresa de neumáticos Michelin.

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