Autor: Dylan Thomas
Es la campana con lengua de polvo de los pecadores que me palmea a las iglesias cuando, con su antorcha y reloj de arena, como un sacerdote sulfúreo, su talón de bestia hendido en una sandalia, el tiempo marca un pasillo negro iluminado desde la marca de cenizas, la pena con manos desgreñadas arranca el fantasma del altar y un viento de fuego mata la vela.
Sobre el minuto del coro escucho el canto de la hora: el santo coral del tiempo y el dolor de la sal se hunden en un sucio sepulcro y un remolino impulsa la rueda de oración, la caída de la luna y el emperador de la navegación, pálido como una impresión de marea, oye junto al accidente de la muerte la aguja cronometrada y abatida golpear la hora del mar a través del metal de la campana.
Hay ruido y oscuridad directamente bajo la llama muda, tormenta, nieve y fuente en el clima de fuegos artificiales, la calma de la catedral en la casa tirada, la pena con libro empapado y la vela cristianiza el tiempo del querubín desde la campana quieta, esmeralda, y desde la veleta de paso la voz del pájaro ora sobre el coral. Desde la fuente de huesos y plantas en aquella piedra escala la pared azul de espíritus, desde el invierno filtrado y en blanco navega el niño en color, se sacude en un chal fúnebre, despertado por un insecto hechicero, ding-dong desde las torres enmudecidas.
Me refiero por tiempo al reparto y toque de queda bribón de nuestro matrimonio, nacido al romper la noche en el lado gordo de la cama de un animal en un cuarto sagrado en una ola, y todos los pecadores del amor en dulce vestido arrodillados a una imagen híbrida, nuez moscada, algalia y perejil marino sirven a los novios plagados, quienes han parido la pena del niño.
traducción: HM