Autor: Dylan Thomas
Entonces era mi neófito, niño en sangre blanca inclinado sobre sus rodillas bajo la campana de rocas, agachado en los doce, discípulos mares el devanador de los relojes de agua llama a un día y noche verdes. Mi mar hermafrodita, caracol de hombre en su nave de fuegos que arden las cubiertas mordidas, conocía todos sus horribles deseos el trepador del sexo de agua, llama la roca verde de luz.
¿Quién en estos laberintos, este hilo de marea y el sendero de escaleras, serpentea en una concha soplada por la luna, escapa a las velas de las ciudades planas, enrollado en la casa de los peces y el infierno, sin caer a sus mitos verdes? Estira las fotos de sal, el dolor del paisaje, el amor en sus aceites se espeja del hombre a la ballena que el niño verde ve como un grial por el velo, aleta, fuego y rollo, tiempo en los caminos de lienzo. El filma mi vanidad. Dispara en el viento, por arcos inclinados, sobre el agua vienen niños desde casas y parques de niños que hablan en un dedo y pulgar, y el chico sin cabeza, enmascarado. Sus carretes y misterio, el devanador de la escena de las agujas del reloj hiere como una bola de lagos que lanzaron sobre aquella pantalla en la marejada, la imagen del amor hasta que el hueso de mi corazón se rompe junto a un mar dramático.
¿Quién mata mi historia? La hilera de años evadidos cojea de pedernal, guadaña roma y cuchilla de agua. ‘¿Quién podría romper la huella sin forma desde la sombra de tu pisada del mañana con oráculo para ojo?’ El tiempo me mata terriblemente. ‘El tiempo no te matará’ dijo él, ‘ni la nada verde será herida, ¿quién pudiera arrancar tu corazón sin chuparlo, oh, verde y no nacido y no muerto?’ Vi al tiempo asesinarme.
traducción: HM