Autor: Máximo Redondo
Hoy se trata de llevar al paroxismo los principios más bárbaros del capitalismo. Se enseña que hay países en los que funciona perfectamente y en los cuales sus habitantes son felices moradores de una sociedad madura y moralmente irreprochable. Pero inevitablemente, su bienestar está construido en base a la explotación salvaje y el racismo extremo, sustentados en leyes fiscales que protegen la desigualdad obscena en la distribución de la riqueza obtenida mediante el expolio imperialista.
Lo aspiracional de las clases medias se desplazó de M’hijo el dotor (la obra teatral del escritor uruguayo Florencio Sánchez) a M’hijo el cagador (la autobiografía inédita del papá de Milei), hoy lo que quiere todo padre lumpen e ignorante que se halla excluido por un mercado laboral expulsivo y violento es que alguno de sus hijos o hijas haga fortuna a como sea, no importa lo profundo que se prostituya su cuerpo o su alma. Y principalmente, hay que ser cruel por naturaleza, ser funcional a los discursos de odio, creerse superior como ser humano, ya sea por el capital acumulado, o por los conocimientos exquisitos que ofrece el hedonismo individualista de época.
Y ésta parece ser la historia, transformada en histeria, de Milei. Cuando está calmado luego de clavarse un par de clonazepanes el economista con veleidades de académico merecedor del nobel –como si no fueran una auténtica bosta casi todos los que obtienen dicha premiación- al menos se despega de su habitual cháchara frenética, típica de desquiciado sin corsé. Entonces se está ante un Milei aplomado que incluso sonríe ampliamente hasta que su boca adquiere una anchura digna de un guasón.
Su bufonesca trayectoria lo eyectó a la política nacional encaramado en una plataforma que se inspiraba en la figura simbólica de la motosierra y el carajismo, en los balbuceos mesiánicos de quien abrazó la fe hebrea en el momento de su coronación presidencial. Su necesidad de mujeres para alimentar sus pajas mentales se tornó aguda al contratar para la función de pareja a la cómica Fátima Florez, quien acabó parodiando su impotencia en un show con espectadores babeados por la impotente lujuria mileísta.
Tras esta aventura donde se filtró que el presidente es un as del sexo tántrico, una de sus ilusiones mayores de la adolescencia se cristalizó en su realidad anarcocapitalista: pudo encamarse con la vedette Yuyito González, y ahora parece que la mudará a la Quinta de Olivos para entretenerse de sus jornadas tuiteras y sus reuniones con seres inmundos que vienen a rogarle su protección, prebendas y todo tipo de negocio espurio y calamitoso para el estado nacional.
Así que ahora cuanto más cagador se sea, mejor. Esta es una enseñanza básica del macrismo que cuatro años de albertismo acabaron por consolidar. Las matrices de pensamiento del liberalismo oligárquico se mantienen con cualquier triquiñuela bancada por la inteligencia artificial o en la ostentación y el orgullo de una ignorancia que causa más vergüenza que estupor. El último evento notable en esta línea de pensamiento fue el asado de festejo por haber logrado el veto a una ley que apenas le hubiese permitido a millones de jubilados disponer de unos miserables pesos adicionales que no podrían despejarles el hambre o el frío. Milei convocó a sus “héroes” cómplices de esta repugnante malicia, afines a sus continuas alusiones fálicas y a la pedofilia que lo cuadran a la imagen de un pervertido de ley. Solazarse con la rica carne argentina cuando millones de viejos prefieren suicidarse antes de acudir a la farmacia y enterarse los nuevos precios de los medicamentos, establecidos por la mafiosa industria farmacéutica que también celebra y aplaude estas políticas públicas canibalescas que incitan a la plasmación de una revuelta mucho más jodida y peligrosa que la de 2001, con una disgregación social y una anomia donde ya ha comenzado a tener efecto la famosa Ley Pasta Base del cachivache que preside Argentina.