Víctor Hugo, en 1848: “La crisis no se supera recortando los fondos para la cultura sino duplicándolos”

Autor: Ordine, Nuccio

Habría que imponer a los miembros del gobierno la lectura de un apasionado discurso que el célebre escritor francés Víctor Hugo pronunció en la Asamblea Constituyente. Se remonta al 10 de noviembre de 1848 pero parece formulado ayer mismo. Muchas de las objeciones presentadas por Hugo mantienen aún hoy una apabullante actualidad. Frente a la propuesta de Milei de recortar la financiación de la cultura, el novelista muestra de manera muy persuasiva que se trata de una opción perjudicial y del todo ineficaz:

“Afirmo, señores, que las reducciones propuestas en el presupuesto especial de las ciencias, las letras y las artes son doblemente perversas. Son insignificantes desde el punto de vista financiero y nocivas desde todos los demás puntos de vista. Insignificantes desde el punto de vista financiero. Esto es de una evidencia tal que apenas me atrevo a someter a la asamblea el resultado del cálculo proporcional que he realizado (…) ¿Qué pensarían, señores, de un particular que disfrutando de unos ingresos de 1.500 francos, dedicara cada año a su desarrollo intelectual (…) una suma muy modesta: 5 francos, y, un día de reforma, quisiera ahorrar a costa de su inteligencia seis céntimos?”

Un ahorro ridículo para el Estado que, sin embargo, se revela mortal para la vida de bibliotecas, museos, archivos nacionales, conservatorios, escuelas y muchas otras importantes instituciones. Y entre ellas, Hugo cita el Collège de France, el Museo de Historia Nacional, la Escuela de Paleografía y numerosos centros culturales de los que Francia debería sentirse orgullosa. De un solo plumazo en los presupuestos, los recortes terminarán por humillar a toda la nación y, al mismo tiempo, a las pobres familias de artistas y poetas abandonadas a su suerte sin ayuda alguna:

“Un artista,  un poeta, un escritor célebre trabaja toda la vida, trabaja sin pensar en enriquecerse, muere y deja a su pais mucha gloria con la sola condición de que se proporcione a viuda e hijos un poco de pan.”

Pero error aún más grave es que el rigor del gasto se aplica en el momento equivocado, cuando el país necesitaría, por el contrario, potenciar las actividades culturales y la enseñanza pública:

“¿Y qué momento se elige? Aquí está, a mi juicio, el error político grave que les señalaba al principio: ¿qué momento se elige para poner en cuestión a todas estas instituciones a la vez? El momento en el que son más necesarias que nunca, el momento en el que en vez de reducirlas habría que extenderlas y ampliarlas.”

Cuando la crisis atenaza a una nación es más necesario que nunca duplicar los fondos destinados a los saberes y a la educación de los jóvenes, para evitar que la sociedad caiga en el abismo de la ignorancia:

“(…) ¿Cuál es el gran peligro de la situación actual? La ignorancia. La ignorancia aún más que la miseria. (…) ¡Y en un momento como éste, ante un peligro tal, se piensa en atacar, mutilar, socavar todas estas instituciones que tienen como objetivo expreso perseguir, combatir, destruir la ignorancia!”

Para Hugo no basta sólo con “proveer a la iluminación de las ciudades”, pues “también puede hacerse de noche en el mundo moral”. Si sólo se piensa en la vida material, ¿quién proveerá a encender “antorchas para las mentes”?

“Pero si quiero ardiente y apasionadamente el pan del obrero, el pan del trabajador, que es un hermano, quiero, además del pan de la vida, el pan del pensamiento, que también es el pan de la vida. Quiero multiplicar el pan del espíritu como el pan del cuerpo.”

A la enseñanza pública le incumbe la delicada tarea de apartar al hombre de las miserias del utilitarismo y educarlo en el amor por el desinterés y por lo bello (“hay que levantar el espíritu del hombre, volverlo hacia Dios, hacia la conciencia, hacia lo bello, lo justo, lo verdadero, hacia lo desinteresado y lo grande”). Un objetivo que para ser cumplido requiere medidas opuestas a las adoptadas por el gobierno y los “expertos” en finanzas facinerosos que dictan sus reglas.

“Habría que multiplicar las escuelas, las cátedras, las bibliotecas, los museos, los teatros, las librerías. Habría que multiplicar las casas de estudio para los niños, las salas de lectura para los hombres, todos los establecimientos, todos los refugios donde se medita, donde se instruye, donde uno se recoge, donde uno aprende alguna cosa, donde uno se hace mejor; en una palabra, habría que hacer que penetre por todos lados la luz en el espíritu del pueblo, pues son las tinieblas lo que lo pierden”.

En La utilidad de lo inútil. Manifiesto, Nuccio Ordine

Vistas: 1