Autor: Dylan Thomas
Había un salvador, más raro que el radio, más común que el agua, más cruel que la verdad, niños resguardados del sol, reunidos a su lengua para escuchar la nota dorada en un surco, prisioneros de deseos cerraron sus ojos en las celdas y estudios de sus sonrisas sin llave.
La voz de los niños dice desde un desierto perdido que había calma para ser realizada en su seguro desasosiego cuando el hombre que obstaculiza hiere a hombre, animal o ave ocultamos nuestros temores en aquel aliento asesino, silencio, para hacer silencio, cuando la tierra se puso ruidosa, en guaridas y asilos del grito tremendo.
Había gloria para escuchar en las iglesias de sus lágrimas, bajo su brazo mullido suspiraste mientras golpeaba, oh, tú, que no podías llorar en el suelo cuando un hombre moría pusiste una lágrima de alegría en el diluvio sobrenatural y pusiste tu mejilla contra una bomba formada de nubes: ahora en la oscuridad estamos sólos tú y yo.
Demasiado orgullosos, los hermanos ennegrecidos lloran, cerrado de invierno de lado a lado, para este hueco año inhóspito, oh, nosotros que no podíamos agitar un magro suspiro cuando escuchamos la codicia sobre el hombre golpeando cerca y fuego vecino, pero gemimos y anidamos en el muro celeste, ahora rompemos una lágrima gigante para la caída poco conocida, por la caída de los hogares que no cuidaron nuestros huesos, muertes valientes de sólo algunos pero nunca encontrados, ahora vemos, solos en nosotros, nuestro propio y verdadero polvo de extraños, cabalgamos por las puertas de nuestro hogar sin entrar. Exiliados en nosotros despertamos el amor suave, sin brazos, de seda y áspero que rompe todas las rocas.
traducción: HM