Autor: Dylan Thomas
En el sol sembrado de mostaza, por el río a toda velocidad y el mar revirado donde los cormoranes bucean, en su casa sobre pilotes en lo alto entre picos y cacareos de pájaros este día de grano de arena en la tumba inclinada de la bahía, él celebra y desprecia su madera a la deriva de treinta y cinco años que el viento torció, aguja y lanza de las garzas.
Debajo y alrededor de él van platijas, gaviotas, en sus frías colas moribundas, haciendo lo que les dijeron, aves en voz alta en las olas con congrios trabajan en sus caminos a la muerte, y el rimador en la habitación de lengua larga, que toca su campana de cumpleaños, las puntas de los pies hacia la emboscada de sus heridas, garzas, de tallo estepario, benditas.
En la caída del abrojo, él canta hacia la angustia, los pinzones vuelan sobre las huellas de las garras de los halcones en un día atrapante, pequeños peces resplandecen a través de varillas y proyectiles de pueblos de barcos ahogados a pastizales de nutrias. Él, en su inclinado trasiego de casa y las bobinas labradas de su comercio percibe garzas caminar en sus mortajas, el largo manto de pececillos del río que envuelve su oración, y lejos en el mar él sabe, quien se esclaviza hasta su agazapado y eterno final bajo una nube serpiente, delfines se sumergen en su polvo de tortuga dada vuelta, las focas ondulantes bajan a matar y su propia marea embadurnada de sangre se desliza bien en la boca elegante.
En un silencio cavernoso del balanceo de las olas, lloró el angelus blanco de rodillas. Treinta y cinco campanas canta golpeado en cráneo y cicatriz donde sus amores yacen destrozados, conducido por las estrellas que caen. Y mañana llora en una jaula ciega, el terror rabiará aparte antes que las cadenas rompan en una llama de martillo y el amor desate la oscuridad, y libremente él va perdido en la desconocida, famosa luz del grandioso y fabuloso, querido Dios. Oscuro es un camino y la luz es un lugar, el cielo que nunca fue ni será siempre es verdadero y, en aquel vacío enzarzado, plenos de arándanos en los bosques los muertos crecen para su alegría.
Allí él debería vagar desnudo con los espíritus de la bahía de herradura o los muertos de la orilla del mar de las estrellas, tuétano de águilas, las raíces de ballenas y huesos de deseo de gansos salvajes, con el bendito, no nacido Dios y su fantasma, y cada alma su sacerdote, y estafado y cantado en el joven redil del cielo estás en la paz de la nube temblorosa, pero la oscuridad es un largo camino. El, en la tierra de la noche, solo con todos los vivientes, oraciones, quien sabe que el viento huracanado soplará los huesos afuera de las colinas, y los cantos rodados guadañados sangran, y las últimas aguas furiosas frustradas patean mástiles y peces a las aún veloces estrellas, infielmente a Él, quien es la luz de antaño y aire en forma de paraíso donde las almas se tornan salvajes como caballos en la espuma: Oh, deja que mi media vida lamente junto a los juramentos de las garzas druidas y santificadas, debo correr el viaje de la ruina, los barcos del amanecer encallaron, todavía, aunque llore con lengua tumbada, cuento mis bendiciones en voz alta: cuatro elementos y cinco sentidos, y el hombre un espíritu enamorado intrincado a través de este barro hilado a su campana aureola del reino que vendrá, y las perdidas cúpulas reflejadas por el brillo de la luna, y el mar que oculta sus seres secretos profundo en sus huesos negros, mezquinos, arrullo de esferas en la carne del caracol y esta última bendición más, que cuanto más me acerco a la muerte, un hombre a través de sus cascos hundidos, más alto el sol que florece y el mar con colmillos y grilletes exulta, y cada ola del camino, y cada tormenta que derribo, el mundo entero entonces, con fe más triunfante que siempre fue desde que el mundo fue dicho, gira su mañana de alabanza, escucho las colinas saltarinas crecer más alborotadas y verdes en el otoño de las bayas y cantan las alondras del rocío más alto que esta primavera atronadora, y ¡cuánto más abarcadas con ángulos cabalgan las islas ardientes del alma humana! Oh, más sagrados entonces sus ojos, y mis hombres brillantes ya no más solos como yo navego afuera para morir.
traducción: HM