Autor: Máximo Redondo
Sólo en la confusión, en la contradicción permanente de la verborrea, mezcla de chantada y delirios místicos, del presidente argentino puede emerger su nuevo instrumento de gobierno, tan contracultural como bestial: la Desinteligencia Artificial, tecnología innovadora que creó para él desde sus laboratorios de X y Tesla su amigo Elon Musk, de su mismo nivel de depravación y estupidez. Fabricada con cerebros humanos que se creen geniales en sus egotrips de alucinantes vivencias, la Desinteligencia Artificial apareció en el gobierno mileísta con las primeras rispideces que tuvo con su compañera de viaje, Victoria Villarruel, que ha dedicado su vida a la defensa de genocidas y ladrones que tuvieron sus tiempos de gloria en la última dictadura militar. La organización de una visita masiva de diputados libertarios al penal donde cumplen sus penas los “pobres gerontes”, en la mirada piadosa de los medios hegemónicos macrimileístas, desató escandalosas peleas en el seno del partido gobernante, conducido por la hermana-esposa tarotista del despreciativamente bautizado ‘Jamoncito’ por su vice tan achispada y empoderada en su cargo decorativo.
La DA (lógica nueva denominación del recurso que le hará la guerrilla a la IA) funcionó también a los chispazos con el ex presidente Macri, ofendido por todas las muestras de colaboración que le dio a Milei sin ser retribuido con más negociados multimillonarios, debiéndose conformar con su rol de brujo mafioso que orquesta su sevicia e impunidad con una desfachatez acalambrante. Y sin embargo está ahí, metido en medio de tantos Caputos y Menems hasta desdibujarse como un recuerdo maldito y odiado por todas las hinchadas del fútbol argentino. La clase media, además de hallarse hundida, lo ha olvidado por completo y ahora sólo le tiene cariño al Moisés sudamericano, y está dispuesta a bajar los consumos de todos los rubros alimentarios, de ocio y entretenimiento, para entregarse de lleno al seguidismo del líder idiota. Y es que la destrucción de la educación y la cultura avanzó a pasos agigantados en los primeros ocho meses del gobierno libertario.
Estamos ante una masacre de un degenerado social que está dispuesto a vetar una ley que obliga al estado a darles 70 dólares a millones de jubilados que se están muriendo de hambre o enfermedades por no poder afrontar el pago de medicamentos. En su actitud se condensa el salvajismo del ajuste del que se ufana como un topo victorioso del clan de millonarios (entre ellos varios judíos y pedófilos) que lo domina, para quienes trabaja a destajo su mente plena de clonazepam. Pero la Desinteligencia Artificial vino para salvarlo, para demostrar que él puede continuar con sus planes macabros, morbosos hasta el paroxismo. Ahora la tiene activa tratando de conspirar contra el gobierno venezolano o el ruso, continuando su carrera de influencer de la demencia, del anarcocapitalismo desasosegado. Apuesta mucho a la victoria del jefe Trump en las elecciones de noviembre en Estados Unidos, supone que depositará millones en sus cuentas e instrumentos financieros digitales. Le importa un bledo lo que ocurre en el país, mucho menos en el Estado, él sabe que no vino a gestionar sino a aniquilar y desmembrar, a sembrar un egoísmo malhumorado y canchero. La DA le sirve para distraerse, su ley Pasta Base funciona a la perfección y hoy, como dice el dirigente opositor Juan Grabois, sólo los narcos organizan el festejo del día del niño en los barrios carenciados. La pobreza continúa escalando a niveles sudaneses o yemeníes, sin la juventud vibrante de Bangladesh. Argentina está en ruinas, en llamas, inundada, y Moisés esperando la orden de la DA para dar batalla a sus enemigos, a quienes considera ratas insensibles.