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Una carta a mi tía discutiendo el correcto abordaje a la poesía moderna
A ti, mi tía, que explorarías la literaria Chankley Bore, los caminos son duros pero tú no eres una hotentote literaria sino una dama culta y noble que no conoce a Eliot (para su vergüenza). Que te den tía, que no deberías ver genio en David G., ningún sonido y forma elemental en T.S.E. y Ezra Pound. ¡Que te den, tía! Te mostraré cómo elevar tu semblante medio, y cómo escalar y ver las visiones de modernistas alturas parnasianas.
Primero compra un sombrero, ningún modelo de Paris sino uno que usan los suizos cuando cantan a coro, una cosa de bombín con una o dos plumas para ocultar la vista, y entonces camina por la calle en sandalias (todos los pintores modernos usan sus pies para pintar, sobre sus franjas de lienzo, sus esposas o madres, menos caderas).
Quizá sería mejor si tú crearas algo muy novedoso, una novela sucia hecha en Erse o escrita hacia atrás en verso galés, o pinturas en el dorso de los vestidos, o salmos en sánscrito sobre pechos de leprosos. Pero si esto resulta imposible tal vez sería bueno igual, porque entonces podría escribir lo que te plazca, y el verso moderno se hace con comodidad.
No olvides aquellas rimas de lapa con prostituta en esos tiempos revueltos, y las comas son el peor de los crímenes, pocos entienden las obras de Cummings, y pocos los tugurios mentales de James Joyce, y pocos la charla codificada del joven Auden, pero entonces son los pocos lo que importa. Nunca seas lúcida, nunca declares, si se te considera estupenda, el más simple pensamiento o sentimiento (porque el pensamiento, sabemos, es decadente): Nunca omitas tales palabras vitales como barriga, genitales y…, porque esas son cosas que cumplen un rol (y qué rol) en todo arte bueno. Recuerda esto: cada rosa es agusanada y cada mujer adorable sucia, recuerda esto: el amor depende de cómo la letra gálica se inclina, recuerda, también, que la vida es infierno y hasta el cielo tiene un olor de ángeles pudriéndose que hacen juergas mortales en el azul. Recordadas estas cosas, ¿qué puede detener a un poeta de ir hasta la cima?
Una palabra final: antes de que empieces las convulsiones de tu arte, remueve tu cerebro, sácate el corazón menos esas maldiciones, puedes ser un genio como David G.
Toma coraje, tía, y envía tu material a Geoffrey Grigson con mi orzuelo, y quizás aún viva para admirar lo bien que tus poemas iluminan el fuego.
traducción: HM