Autor: Claudia Sotomayor

La expectativa por el resultado de las elecciones no reflejan el verdadero significado de las mismas, no sólo para el país sino también para la región más desigual del planeta. Aunque la narrativa mediática hegemónica augura un “final de la era chavista”, sabemos que eso sólo representa la estrategia de profecía de autocumplimiento con la que se suele manejar el sistema. Instalar la derrota, el cansancio y la enorme dificultad para responder desde el socialismo del siglo XXI con instrumentos electorales de las democracias liberales. Sostener hasta el cansancio que es inevitable el triunfo (¿?) de la oposición es la manera de promover que ello ocurra. Pero si efectivamente ocurre ese escenario, sólo estaría reflejando resultados de una coyuntura en un conflicto con dinámicas muy complejas. Ahora bien, si se piensan estas elecciones en el contexto más amplio, de disputas de sentido regional, la Venezuela bolivariana representa un hecho maldito por el sistema. Tal como lo son otras experiencias de poder popular ejercidas en la región. Aunque inventen categorías teóricas para apropiarse del significado del término popular, la certeza que ofrece el concepto es que hay proyectos contrahegemónicosque en un momento y lugar, cuando se alinean algunos planetas y la suerte acompaña, las objetivas matemáticas dan cuentan de una mayoría tratando de cambiar (para mejor) a este sistema político de mierda llamado democracia moderna.

               Sin romantizar la coyuntura, hasta ahora el proyecto nacional venezolano ha sobrevivido a una agresiva relación con los poderes hegemónicos globales. Atacaron su legitimidad de base cuestionando las elecciones que efectivamente ganaban. Generaron violencia para justificar un bloqueo económico brutal y lo peor de todo, el robo a mano armada de sus recursos. Sin olvidarnos de los intentos de magnicidio, campañas de persecución legal y promoción de un exilio económico que tiene repercusión en toda la región.

La masiva migración de venezolanos que se vieron en la necesidad o deseo de superar la situación económica choca con un mundo cada vez más hostil e individualista. A eso se le suma el hecho de ser una región cuya hermandad posee todos los atributos de una familia disfuncional. Nacidos bajo un mismo proyecto de independencia y soberanía, también anidamos ciudadanos con la autoestima lo suficientemente baja como para dejar mucho de sus esfuerzos en fronteras que los separan de su sueño americano. Una realidad construída a fuego por nuestro padre putativo del norte, a fuerza de intervenciones, bloqueos, robos y abusos. Es el neocolonialismo estadounidense que se expresa metafóricamente en el patio trasero de esta familia ensamblada. Pero su principal dominación no es material sino simbólica, actuamos como víctimas del golpeador que nos define la vida, condiciona en lo que creemos, valoramos y para lo que trabajamos. Con la estúpida esperanza de algún día “cambiarlo”, entregamos nuestros talentos a cambio de una pseudodignidad cultural. Que nuestro amo del norte se apropie de nuestro lenguaje, deporte o arte no lo hace menos malo, aunque sí más perverso. Por supuesto, nada de esto podría ocurrir si no compartiéramos también la misma vocación de engendrar traidores, cipayos privilegiados que se esconden en una práctica política en decadencia, pero aún vigente. Eso es lo que expresa hoy la oposición Venezolana que aspira al poder. Corina Machado y el títere de candidato no tienen nada distinto que los cientos de gobiernos neoliberales que padecimos en toda la región.

Aunque el pasquín de La NaZion (medio de Macri) califique a su pasado como “beligerante” sabemos que llega a ese liderazgo opositor por ser la única destituyente que aún no pisó el palito legal en su totalidad y logra armar esa bolsa de gatos. Puede poner la cara porque no la pescaron “in fraganti” como a la esposa de Leopoldo López con una bolsa de dinero ilegal. Porque no está exiliada en Miami como el mamarracho de Guaidó. Capriles se desinfló sólo porque nunca tuvo la totalidad de los consensos.  Una cosa que se reconoce en los neoliberalismos latinoamericanos es la creación de liderazgos con pies de barro. Son mutantes, engendros marketineros con mentalidad mercenaria. Amantes del poder y el privilegio tendrán dificultades para sostener un proyecto que se legitime en el largo plazo. Como toda publicidad engañosa, puede contar con los mejores filtros y la más emocional storytellling, apropiarse de las narrativas de cambio y libertad. Pero apenas los rascas un poco, exudan una ambición muy poco heroica o patriota.

Por otra parte, si el resultado electoral deja un margen de disputa al chavismo para continuar un proyecto nacional y popular, se debería de reformular la estrategia narrativa del mismo. La estrategia de cacarear y anticipar un fraude no sólo construye sentido, convenciendo a los venezolanos de un “cambio para mejor”, es la antesala de la forma tramposa en que se va a seguir disputando el poder al chavismo: mintiendo, difamando, obturando el debate interno y regional sobre la legitimidad de la experiencia popular. Desafortunadamente la agenda del debate se maneja así. Cuando se cierre el acto electoral, la atención global será discutir el cambio de gobierno en los términos que imponen los medios, aprovechando la amnesia de largo plazo que tienen las ciudadanías.  Además, la hermandad progresista hoy está desorientada y compelida a pegarles a los chavistas ahora que están debilitados simbólicamente. Como los débiles que aplauden al que hace bullying con temor a ser la próxima víctima.  No importa que le dieran a Venezuela años de soberanía y dignidad, ni que sus credenciales democráticas son más legítimas. Hoy son estigmatizados como lo maldito, lo que no sabe funcionar de acuerdo a lo que corresponde. Omitiendo que la democracia liberal, incluida la modélica del norte, está pidiendo una urgente y radical reconfiguración. Porque este neoliberalismo siempre termina siendo inviable en términos de democracia. De hecho, amenaza la existencia de los principios más básicos de la misma. El planeta entero se está incendiando, desangrando o inundando porque no se produce bajo principios de equidad y justicia. Aunque el socialismo del siglo XX no tuvo la capacidad para cumplir las expectativas de sus pueblos, no significa que no podamos plantearnos otros mejores. Dado que está de moda apostar, rebelarse a este destino catastrófico es una manera de apostar a la esperanza de transformaciones posibles.

Quisiera escribir con certeza sobre lo que puede ocurrir electoralmente en mi región, viviendo la Argentina de Milei parecería que el futuro sólo nos depara depresión y otro trago amargo de neoliberalismo alienante y destructivo. Sin embargo, también pienso que la naturalización del miedo nos puede hacer inmunes a los cantos de sirena del sistema. Vulnerables y golpeados seguro, pero nunca mascota ni mucho menos parásitos. Plata y vergüenza jamás tendremos, y eso nos hace ser luchadores que nunca, relucientes piedras en movimiento que se niegan a ser tapadas por organismos vividores. Solo falta perder el miedo,  o más bien: domarlo colectivamente.

Vistas: 5
Compartir en