Autor: McKay, Claude
A la noche la ancha y llana extensión del valle, que al mediodía se había dorado en oro tranquilo, tan lejos como el ojo puede ver estaba fantasmalmente blanca, oscura era la noche salvo por la extraña luz de la nieve.
Bajé las persianas y me metí en la cama, escuchando rugir el viento frío sobre mi cabeza, a través de los tristes pinos, mi alma, atrapando su dolor, se fue lamentándose a través del llano.
¡Al amanecer, contemplo! El velo de la noche se había ido, salvo donde unos pocos arbustos solitarios, melancólicos, detenían una frágil sombra, de labios dorados las risueñas hierbas sorbían el dulce vino del cielo.
El sol se levantó sonriente sobre el pecho del río, y mi alma, junto a su feliz espíritu bendijo, remontándose como un pájaro para saludarlo en el cielo, y extrajo de su corazón Eternidad.
traducción: HM