Autor: Claudia Sotomayor
Algunos dirían que el color naranja finalmente trae suerte, pero si somos un poco más rigurosos y racionales con nuestras lecturas de la maldita realidad, podemos decir que en lo que va de este siglo hemos asistido a varios atentados a líderes políticos y las estadísticas indican que hay un margen de probabilidades que fallen o que, aún logrando el cometido, la persona viva para contarlo. Pensar en las causas de un ambiente político global revulsivo y violento también nos permite reflexionar sobre las razones por las que vuelve la tendencia a ejecutar magnicidios.
Para hacer una evaluación del atentado del hombre naranja que conmovió al mundo sería recomendable escaparse un rato de las burbujas informáticas que tenemos y bucear sobre otras burbujas/multiversos porque no tiene mucha gracia masticar las mismas ideas, y porque nada de nuestras conclusiones y explicaciones de este acto, modifica sustancialmente el acto electoral que se realizará en breve. La variable de un candidato víctima -pero no mártir- lejos está de modificar las condicionalidades de la democracia estadounidense, embanderada en un sistema electoral indirecto, arcaico, selectivo e injusto.
Toda la pompa de una de las democracias más antiguas ya no puede ocultar su profunda desconexión con ideas de representatividad y legitimidad. A nadie convence que dos partidos conservadores repletos de millonarios sean un modelo a seguir. Si a eso se le suma una población subsumida en teorías conspirativas, fundamentalismos pseudorreligiosos y derechas belicosas, parecería ser sólo una anécdota más que se narre en la única historiografía que Estados Unidos puede producir: la mercantil. En formato de libro, o movie, sólo es parte del distópico futuro que se configura en el corazón del imperio como anticipatorio de la guerra civil que cocinan a fuego lento, con la escalofriante cantidad de armas que acumulan (además de venderlas en México y de las que usan en otros territorios). Todo ello, abonado por un crítico estado social de desquicio mental, sus consumos problemáticos no se limitan a rifles de asalto. La epidemia de fundamentalistas armados, drogados y esquizofrénicos es una pésima combinación en un país con escasa cobertura médica y profundos complejos de superioridad racial y espiritual. Efectivamente, la policía global, como la mayoría de las policías, no pasan un psicotécnico medianamente serio, igualmente eso no le impide a los Estados darles la responsabilidad del uso de la fuerza.
¿Por qué estos crímenes políticos nos preguntamos? Hay que hacer una mirada entonces sobre el fenómeno como tal, más allá de las particularidades del caso. Es obvio que estos acontecimientos tienen una multiplicidad de factores que van más allá de lo ideológico. Siguiendo las lógicas criminalísticas racionales resulta muy complejo comprender las motivaciones porque son muchas. En el caso del señor Trump, como bien indicaron sus propios seguidores, el listado de sospechosos bien podría incluir al complejo militar-industrial, extraterrestres, masones, ex amantes/empleados, etc. Incluso podría ser cualquiera de sus actuales aliados electorales, el argumento para tanta sospecha no sería la afición por la paranoia sino básicamente porque la caladura moral del republicanismo es coherente con cualquier acto criminal. Además, podemos agregar la oportunidad, porque si bien muchos pueden considerar odiosamente aborrecible al candidato naranja, son muy pocos los que pueden colocar a un tirador al alcance de su oreja. De todas maneras, si no les gusta abrevar en la obviedad del huevo de la serpiente, podemos repasar el listado de países que bien podrían haber festejado el magnicidio si hubiera sido exitoso.
Los sospechosos de siempre
Podría ser cualquiera de los países que se encargó de bastardear empezando por China, pero sabemos que ellos están en otro paradigma diplomático y geopolítico. Ni balas, ni bombas ni un cafecito cargado con polonio son el modus operandi del gran país oriental. Son una potencia milenaria que repudia la injerencia extranjera y predican con el ejemplo: no te metas en la unidad territorial de China ni en sus políticas y podrás gozar del lucrativo intercambio comercial.
Por mencionar algunos otros sospechosos frecuentes, Cuba podría querer justicia por el endurecimiento de las relaciones o los cien intentos de asesinar a Fidel, pero parecería que tampoco están para estos trotes. Venezuela no sólo fue agredida con un brutal bloqueo económico, sino que también les robaron el oro de las reservas, las empresas petroleras, colaborando con la oposición golpista y magnicida que intentó matar a Nicolás Maduro. No podemos obviar a Irán y el asesinato del general Soleimani en el inolvidable 2020, año en el que Trump se enorgullecía de tirar la bomba más grande de todas las bombas en el por entonces ocupado Afganistán. Pero la mayoría recordará ese año por las muertes de covid y especialmente la del afroamericano George Floyd generando una protesta de carácter global. Desafortunadamente no fueron sólo de activistas sociales sino también de melancólicos del KKK o nuevas incorporaciones de lumpenes de Qanon como el que le pegó martillazos en la cabeza al marido de Nancy Pelosi.
En cuanto a la decisión durante su presidencia de mudar la embajada a Jerusalén, como posible motivación a su atentado, en el actual contexto sólo puede ser leída como lo que ya se sabe sobre la relación incestuosa, colonialista y genocida que tienen ambos Estados, más allá de si el presidente es un viejo gagá o uno naranja. En todo caso, no sería por ahí la motivación de bajarlo de la competencia electoral, tanto republicanos como demócratas seguirán vendiendo bombas que en este momento están limpiando étnicamente el territorio de árabes palestinos. Sin embargo, podemos especular sobre las motivaciones magnicidas de Estados árabes no palestinos: un nido de hienas traidoras y demagógicas, que hoy financian un club de futbol, o una línea aérea y mañana arman un equipo de terroristas fundamentalistas o acompañan en la logística de gas y petróleo a Israel. Tienen la misma moral capitalista que sus socios norteamericanos, así que tampoco les serviría mucho involucrarse en un acto criminal tan chapucero y económicamente poco productivo. La heroicidad de los sufridos hutíes, haciendo frente a las potencias boicoteando su comercio y tráfico de armas no se condice con eliminar a un solo personaje, por más tentador que sea, no es lo mismo tirar unos misiles desde el patio de tu casa que hacerlo en Pennsylvania.
En la OTAN hay una caterva de sospechosos, como los que se escandalizaron con las amenazas de desfinanciamiento que realizó nuestro hombre naranja. También los que están incorporados como convidados de piedra, estilo Turquía, que juega a varias bandas. Pero conociendo el paño (burócratas con mentalidad de ceos), sabemos que su valentía para influir en la historia política está oculta detrás de un obsceno armamento y de ser posible, utilizado por los países que sirven de colchón cuando mojan la oreja a Rusia. Además, Trump no les representa ningún peligro a su status quo.
Es decir, dejemos de pensar quién o el motivo por el cual alguien odia lo suficiente a Trump como para ubicar una bala en su oreja. La lista es infinita, no sería la pista más segura. Pero sí tenemos evidencias de la naturalización de una democracia global degradada, individualista y decadente. Todos factores que se alimentan en un sistema capitalista cada vez más enemigo de las democracias liberales, esas que fueron pensadas para y por el derecho a la felicidad humana. Magnicidios y suicidios, son fenómenos que pueden manifestarse en tan distintas perspectivas que en algunos casos se repudian y en otros se legitiman. Ambos manifiestan la fragilidad de la vida, pero en el caso específico del magnicidio, emergen las dificultades para desarrollar cualquier proyecto político sin considerar los intereses y poderes contrapuestos. Especialmente en una era donde el individualismo es fomentado por encima de una ética social solidaria. Tanto es lo que se socava cuestionando las instituciones, que la narrativa (y la realidad que construye) se vuelve delirante, donde las conjeturas parecen las descritas (y anticipadas) por Stephen King. Todo está deslegitimado, la justicia, las ciencias y la política misma, y eso sólo sirve para hundirnos en una trampa de hipermodernidad. Como si fuera la farsa de una tragedia griega, las Antígonas de esta época no encuentran conflicto en lo divino ni lo humano, simplemente alimentan a los frustrados que encuentran en ese acto violento una expiación a su conducta. Una mujer que no le pone el cuerpo por su hermano muerto, sino que lo sacrifica para proteger a un Creonte naranja.