Autor: Kory Ould Abdel Mola

Este fin de semana los mauritanos van a votar en la primera elección que traspasará el mando de civil a civil en su corta pero convulsionada historia. Tras su independencia de Francia en 1960, la desértica nación africana experimentó múltiples golpes de estado, hasta estabilizarse en 2019, con la elección de Mohamed Ould Ghazouani, ex jefe de la armada que lideró el golpe de 2008 contra Sidi Abdallahi. Ghazouani se convirtió en el primer presidente democráticamente electo, y ahora parece que va a repetir. El CENI (Comisión Nacional Electoral Independiente) anunció que el presidente competirá con seis candidatos y si nadie obtiene una mayoría absoluta habrá balotaje entre los dos primeros.

El principal contrincante es el líder de la oposición Biram Dah Abeid, un abogado reconocido por su lucha por la igualdad racial en el país que fue el último en el mundo en abolir formalmente la esclavitud, en 1981. Abeid acusó a la actual administración por la situación económica desastrosa del país, donde más de la mitad de la población padece pobreza extrema, según informes de la ONU.  .

“El gobierno mauritano siempre ha vivido del pillaje de la riqueza, la represión del pueblo y el fraude constante” declaró a los periodistas desde su búnker en Nouakchott, la capital del Estado del Sahel. Sin embargo, todas las encuestas y analistas políticos creen que va a vencer el presidente actual. Gilles Yabi, fundador de una ONG y think tank, declaró: “Va a ganar Ghazouani porque tiene el perfil de los presidentes anteriores de Mauritania, es un general, jefe del ejército y ministro de defensa. Es difícil pensar que vaya a haber una sorpresa sobre quién va a ganar estas elecciones”.

El país es mirado con atención porque en el Sahel se han producido seis golpes de estado exitosos en menos de cuatro años. Mali, Burkina Faso y Níger son gobernados por juntas que echaron a soldados estadounidenses y franceses, y se respira un aire descolonizador en sus naciones. Ahora se tema que capten o coopten a Ghazouani y estas naciones salvajes y semicivilizadas sigan escupiendo los planes imperialistas de las potencias occidentales, que son los de sus empresas transnacionales de minería, hidrocarburo, comunicaciones e inteligencia artificial.

En todos estos países hay violencia yihadista solventada por el dinero de magnates devenidos en ultramodernos conquistadores. Miles de desplazados han huido a Mauritania donde se complica aún más la indigencia y la desocupación que presenta la mayoría de los jóvenes en una nación aún semiesclavizada.

Más de cincuenta observadores componen la misión de la Unión Africana en la nación mauritana, hoy fisurada por la lista de países donde se impusieron golpistas pro-rusos, apoyados por el famoso grupo Wagner. Hoy Mauritania se encuentra aliada a la Unión Arabe del Magreb, y no conforma el bloque pro-occidental, junto a Nigeria y Senegal, por ejemplo, que acatan todas las recomendaciones de las instituciones europeas.

Esta postura maniquea, tan propia del gatopardismo caníbal regional, ha logrado que en Mauritania no se produzcan atentados en nombre del islam desde 2011, cuando un soldado fue secuestrado por una célula local de Al-Qaeda, compuesta por “dos lobos solitarios”, según el expediente de la CIA. En su gestión Ghazouani se ha mostrado firme y duro, no ha dejado que delegaciones extranjeras visiten sus cárceles y palacios, y, en su rol de presidente de la Unión Africana, ha mantenido posturas amistosas con representantes de todos los bandos, religiones y etnias posibles. En su último mensaje antes de las elecciones, se ufanó de que el ejército mauritano garantiza la seguridad nacional y que está preparado para combatir a quienes se opongan a su proyecto político y a los terroristas que osen infiltrarse en su querida patria para impedirlo.

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