Autor: Alvaro Correa
Que guerras y hambrunas por aquí, que genocidios y “limpiezas étnicas” por allá, cuando la barbarie parece haber triunfado completamente sobre la civilización, cristalizada en la moda de la crueldad y el tiempo de apogeo de las “ultraderechas” lumpenescas, que se imponen tanto en el mundo desarrollado como en países salvajes y ermitaños, debemos estar atentos también a catástrofes naturales, potenciadas ad-infinitum por la intervención humana.
La “comunidad internacional” es un desquicio terminológico. Jamás existió tal comunidad y la “conciencia planetaria” es un concepto intangible de caprichoso vínculo con el imaginario público. Si bien las religiones –y las adicciones- ayudan a sobrellevar la carga de tanta maldad y odio diseminados para emputecer la existencia, se esté en Singapur, Nueva Zelanda o Bosnia, la vida tendrá una apariencia tan horrible como seductora.
De otro modo no se comprende tanta pasividad, cinismo e inhumanidad de la población mundial a la que le toca atestiguar el genocidio israelí de última generación, admirando la prensa incluso sus métodos de exterminio. El enfoque malthusiano de la realidad que subyace a este hecho implica provocar y generar muertes innecesarias. De ello, sus sofistas o líderes deducen que, así como el hombre muere, en su vida tiene que matar. En fin, no tiene sentido compartir momentos –aunque se trate de un tiempo histórico- con seres que degradan la condición humana.
Se pueden exponer millones de ejemplos que muestran que hay y habrá siempre alguna que otra esperanza. En Haití acaban de conformar un gabinete que es la antítesis de su precedente, y en el que han tenido opinión y voto las pandillas y bandidos independientes. Según los testimonios de todas las agencias de noticias y de veedores internacionales, la situación allí se ha tornado espantosa desde el terremoto de 2010, y a la ruina y desolación sólo se sumaron desastres provocados por fuerzas internacionales, como la kenyata que ya está instalada allí pero que aún no comenzó a actuar para imponer el orden público, pues entendieron que en las calles de las principales ciudades reinaba una cruda e intensa armonía zombie. Las iglesias de diferentes religiones reparten la ayuda humanitaria en forma organizada y expeditiva. Hay muchos que creen que la nación caribeña resurgirá de tanto apocalipsis para liderar una nueva oleada de revoluciones comunistas en la región.
Venezuela también es un motivo de estudio y alta consideración. Maduro mantuvo el poder mediante un ejercicio severo y claro del mandato que le legó Chávez. Superó varios magnicidios y su limpieza y fe son envidiables. Creemos que su continuidad asegurará una década de bonanza en la medida que la hegemonía yanqui se vaya deshilachando más fuertemente que ahora.
En Colombia aún resiste Petro los embates del lawfare local, y de la ultraderecha uribista ávida de retomar el control e imponer un gobierno más autoritario y con más narco-conexiones que el de Milei, lo que agradaría enormemente a Estados Unidos, gane quien gane entre los gerentes –perdón, gerontes- depravados que se disputan su presidencia.
Esto combina con un Brasil que vuelve a ser lulesco, debatiéndose con tierra arrasada y arcas vacías, la mitad de la Amazonia incendiada y Río Grande do Sul con inundaciones de dimensiones bíblicas. Bolivia está en una encrucijada espuria que desvía la atención de haber sido un gran ejemplo en el castigo a los golpistas apoyados por Macri. Ahora Evo está peleado con Lucho, lo acusa de entreguista y blando, y apuesta a reventar su sistema político con otra postulación que sólo reavivará odios y disputas zanjados con sangre de mártires indígenas. Chile es una afrenta al socialismo utópico y Boric ha logrado que pinochetistas se rían de sus andanzas. Hace falta que resucite mucha gente para mejorar esto…