Autor: Claudia Soto
Cualquier cronista de la historia sabe que hay situaciones que resultan imposibles de relatar. La Argentina donde gobierna Milei es una de esas situaciones. El nivel de dejá vu que tienen sus políticas sólo es comparable con la enorme sensación de transitar por una bizarra película de terror. Con todos los clichés y estereotipos conocidos donde se destacan el villano, lo maligno, al que es difícil contemplar su rostro, más bien es un círculo rojo de personas que gozan de un momento no tan excepcional de poder como buenos sociópatas. Cuentan con una reducida Corte Suprema gourmet, muy complaciente, exquisitamente pensada para cuidar las espaldas de todos sus negocios.
Una legislatura cocoliche o cachivache. Porque el lunfardo es el único idioma que le puede hacer justicia a sus atributos. La fragmentada disposición de los bloques no refleja la uniformidad de su composición: mediocre y traicionera. Con excepción de algunos pocos representantes coherentes con su electorado, el resto sólo aporta a la muerte de los partidos políticos como instrumentos democráticos. Bastardean con total cinismo cualquier principio ideológico, viven en completa armonía en este mundo donde se habilita cualquier pelotudez como válida. Hoy te marcho por la Educación pública y mañana te flexibilizo tu trabajo. Si hasta ahora habían sido poco efectivos para conducir buenas políticas públicas, esta legislatura inaugura un nuevo período de oscuridad. Las únicas leyes transformadoras serán las que quiten derechos y retiren al Estado de los aspectos más importantes en la vida de un país: su trabajo, sus recursos, su cultura y su ciencia. En resumen: el terror se hace catástrofe colectiva. Hace pelota al adulto mayor, que pretendía un mínimo de dignidad económica cuando deje de ser productivo: ¡¡¡error!!! La gerontofobia no perdona ni a sus votantes.
Tampoco a esos jóvenes varones hetero y virgos que mastican sus frustraciones con la absurda fantasía de creer que ser de derecha no sólo engrosa y lubrica el miembro viril, sino que lo hace atractivo: ¡¡¡error!!! Ni la perversamente sexualizada conducta de las chicas liberales levanta esos fantasmas.
El resto de las diversidades que supimos construir no gozan de mejor salud. Toda película de clase B presenta a sus próximas víctimas de una manera estruendosa y patética: por ahí se ven los “emprendedores” que van a tener que recular en chancleta hasta la casa de alguien que se apiade de ellos. Pueden ser falsas rubias/tetonas que ya no puedan pagar ni la peluquería o varones hegemónicos que tendrán que reemplazar la venta de cerveza artesanal por lavandina muy diluida. Podrán ser parte de la crew emprendedora-selfmade que no tiene la puta idea de lo que en verdad significa ser pobre, la que piensa que regalar la soberanía y negrear a todo trabajador formal no le mata su negocio basado en el consumo. Seguramente tendrá que pedalear en Rappi para no perder Neflizz o la prepaga, todo sea en aras de pertenecer y diferenciarse. En el medio de esa gente que niega la tragedia política como los apóstoles a Jesús, estamos los locos conscientes, como en las películas donde la maldad es advertida con la impotencia de quien no puede modificarla.
No importa quien seas, toda ella sufrirá la depresión económica de una manera fantasmagórica, sin épica. Como malos actores, fingirán demencia o estupidez ante la crisis. La debilidad mental y física se apodera de todo aquel que posterga su realidad consumiendo redes tóxicas. Como en los noventas, tendremos el frívolo escape. Se habilita cualquier discusión que nos permita olvidar a los traidores vendepatrias que pronto pondrán su carita de actitud para una nueva elección.