Autor: Rupert Brooke
El despierta, quien nunca pensó que despertaría de nuevo, que sostenía que la muerte era el fin. El abre lentamente sus ojos, a una extensa llanura lívida y rezumante, cerrados por los extraños cielos ciegos. El yace, y espera, y una vez en la eterna conjetura enferma, a través del aire muerto levanta una mano desconocida, como una rama seca. No hay vida en aquella mano, él mismo no vive, pero es una cosa que llora, un punto insignificante sobre el lodo, una mota de horror inmóvil, un inmortal limpio del mundo, sensible y muerto, una mosca veloz pegada en el gris sudor sobre el cuello de un cadáver.
Pensé que cuando muera mi amor por ti, yo debería morir. Está muerto. Solo, más extrañamente, continúo viviendo.
traducción: HM