Autor: Rupert Brooke
El día que la juventud murió, allí vinieron a un costado de la tumba, en decente lamento, desde los confines del campo, aquellos amigos esparcidos que han vivido las compañías benditas de lo principal, y ríeron con él y cantaron con él y se perdieron, en fiesta, vino y varias carrozas coronadas, los días y noches, y albores del tiempo, cuando la juventud mantenía la casa abierta, no dejaba nada sin probar, algo de sus grandes empresas y queridas aventuras, ninguna búsqueda de las no compartidas, todas esas, con pies vagabundos y triste cabeza, siguieron el féretro de su viejo amigo. La locura fue primera, con campanas apagadas y peinado aún invertido, y luego de pisar los portadores, sombrero en mano, la risa, la más ronca, y el orgullo de capitán con rostro marcial y curtido todo sombrío, y la quisquillosa alegría, que tenía que tomar un tren, y la lujuria, pobre, niño llorón, estos cargaban a los queridos que partían. Detrás de ellos, con el corazón roto, vino la lástima, una viuda tan ruidosa, que todos decían “¡El tuvo que casarse con su hermana mayor, la Pena, en su lugar!» Y junto a ella, tratando de consolarla todo el tiempo, los niños huérfanos, el color, el tono y la rima (el dulce muchacho rima), corrían comprendiéndolo todo, entonces, en el triste final del camino, alrededor de la cruda tumba permanecieron. La vieja sabiduría leyó, en tono murmurante, el servicio para los muertos. Entonces se paró el romance, las lágrimas surcadas habían marcado su mejilla rugosa, la pobre vieja presunción, su asombro insatisfecho, hija muerta de la inocencia, la ignorancia, y desaliñada, la mal vestida generosidad, y el argumento, también lleno de pena para hablar, la pasión, crecida corpulenta, algo de mediana edad, y la amistad, ni un minuto más vieja, ella, la impaciencia, siempre sacándose su reloj, la fe, que estaba sorda, y tenía que inclinarse para atrapar el zumbido infinito de la vieja sabiduría. La belleza estaba allí, pálida en sus ojos secos, negros, ella se paraba sola. La pobre imaginación confundida, la fantasía salvaje, el ardor, la luz del sol sobre su cabello canoso, el contento, que había conocido a la juventud de niña y nunca la volvió a ver desde entonces, y la primavera vino también, danzando sobre las tumbas, y le trajo flores, ella no se quedó mucho. Y la verdad, y la gracia, y toda la alegre tripulación, los vientos y ríos riendo, y horas ligeras, y esperanza, los ojos humedecidos, y la canción lamentando, sí, con mucha pena y congoja general, en el funeral de la juventud muerta, incluso ellos fueron reunidos una vez más juntos, todos, que conocieron a la viva y bella juventud, todos, excepto sólo el amor. El amor había muerto hace mucho tiempo.
traducción: HM