Autor: Rupert Brooke
Cuando la llama blanca en nosotros se apague, y nosotros, que hemos perdido el deleite del mundo nos pongamos rígidos en la oscuridad, abandonados a desmoronarnos en nuestra noche separada, cuando tu veloz cabello calle en la muerte, y a través del empuje de la corrupción de los labios se sosiegue el esfuerzo de mi aliento, ¡cuando seamos polvo, cuando seamos polvo!
No muertos, no todavía indeseables, aún sensibles, aún insatisfechos, cabalgaremos el aire, y brillaremos y revolotearemos alrededor de los lugares donde muramos, y bailaremos como polvo delante del sol, y ligeros de pies, y liberados, nos apuraremos de camino en camino, y correremos por los encargos del viento. Y cada mancha, en la tierra o el aire, acelerará y brillará, por días posteriores, y como el pasaje de un secreto peregrino por caminos ansiosos e invisibles, ni jamás descansaremos, ni jamás nos acostaremos, hasta que más allá del pensamiento, fuera de la vista, una mota de todo el polvo que yo encuentre, un átomo que seas tú.
Entonces en algún jardín silenciado por el viento, cálido en un resplandor del atardecer, los amantes encontrarán en las flores un dulce, extraño e inquieto crecimiento de la paz, y pasado el deseo, tan alta una belleza en el aire, y una luz como esa, y una búsqueda como esa, y un éxtasis tan radiante allí, ellos no sabrán si es el fuego, o rocío, o desde la tierra, o en la altura, cantando, o llama, o esencia, o tinte, o dos que pasan, en la luz, hacia la luz, desde el jardín, más alto, más alto…
Pero en aquel instante ellos aprenderán el frustrante éxtasis de nuestro fuego, y los débiles corazones desapasionados arderán y desfallecerán en aquel asombroso resplandor, hasta que la oscuridad se cierre arriba, y ellos sabrán –pobres tontos, ¡ellos sabrán! –un momento-, lo que es amar.
traducción: HM