Autor: Rupert Brooke
Cuando tú estabas allí, y tú, y tú, la felicidad coronó la noche, yo también, riendo y mirando, uno de todos, observé caer la temblorosa luz de la lámpara sobre el plato, flores y el té, la tasa y ropa, y ellos y nosotros lanzamos todos los momentos de danza con chanza y brillo. Labio y ojo destellaron en la gloría, brillaron y lloraron, improvidentes, desmemoriados, e irregularmente y como una llama la luz de la risa iba y venía. Orgullosos en su despreocupada fugacidad se movieron los rostros cambiantes que amé.
Hasta que de pronto, y por lo demás, miré sobre tu inocencia. Porque se levantó clara, quieta y extraña desde la oscura corriente tejida de cambio, bajo un cielo vasto y sin estrellas vi mentir al momento inmortal. En un instante yo, en un instante, supe como Dios sabe todo. Y eso y tú, yo, sobre el tiempo, oh, ¡ciegos! podríamos ver en inmortalidad insensata.
Vi la taza de mármol, el té, colgado en el aire, una corriente ámbar, observé el resplandor sin brillo del fuego, la llama pintada, el humo congelado. Ya no rompió la impetuosa luz de la lámpara en ojos, labios y cabellos volando, pero se recostó, pero se durmió intacta allí, en carne más serena, y cuerpo sin aliento, y labios y la risa permanecieron inmortales, y palabras sobre las cuales ningún silencio crecía. La luz estaba más viva que tú.
Porque de pronto, y por lo demás, yo miré en tu magnificencia. Vi la quietud y la luz, y tú, augusta, inmortal, blanca, sagrada y extraña, y cada destello, postura, broma, pensamiento y tinte se liberó de la máscara de la fugacidad, triunfante en eternidad, inmóvil, inmortal
Aturdidos al fin crecieron los ojos humanos, se cansó la fuerza mortal y el tiempo comenzó a arrastrarse. El cambio se cerró sobre mí como un sueño. La luz destelló en los ojos que amé. La taza fue llenada. Los cuerpos movidos. El pétalo a la deriva cayó al suelo. La risa repicó su perfecta ronda. La sílaba rota fue concluida. Y yo, tan certero y amistoso, ¿Cómo podía obnubilar, o cómo molestar, al paraíso de tu inconciencia? ¿O sacudirme el suficiente hechizo del tiempo, tartamudeando de luces inefables? Tu eterna santidad, el final sin tiempo, tú nunca lo supiste, la paz que yace, la luz que brilló. Tú nunca supiste que yo me había ido a un millón de millas de distancia, y me quedé un millón de años. La risa jugó intacta a mi alrededor, y la broma se encendió. Y nosotros que conocíamos mejor que bajo horas maravillosas crecen aún otras más felices. Yo canté de corazón, y hablé, y comí, y viví de risa en risa, también yo, cuando tú estabas allí, y tú, y tú.
traducción: HM