Autor: Rupert Brooke
Aquí la llama que fue ceniza, santuario que estaba vacío, perdido en el bosque encantado, he cuidado y amado, año tras año, en la soledad esperando, quieto y ojos complacidos en la oscuridad, sabiendo que una vez un rayo resplandeció y atravesó el bosque. Aún permanezco fuerte en un sueño dorado, no he vuelto a ser capturado. Porque yo, que tengo fe, sabía que un rostro miraría un día, blanco en el sombrío bosque, y una voz llamaría, y un resplandor llenaría la arboleda, y en el fuego saltaría de súbito… y, en el corazón de ello, final del trabajo, ¡tú! Por lo tanto, mantuve preparado el altar, encendí la llama, ardiendo aparte. Rostro de mis sueños vanamente brillando en blanca visión hacia mí, ¡sí! Desesperanzado me levanto ahora. Cerca de la medianoche de pronto crecieron murmullos a través del bosque, extraños llantos en las ramas rayadas de arriba, llantos como una risa. Grandes pájaros silenciosos y negros entonces volaron por la arboleda sagrada, como en un sueño, turbando las hojas, pasando al final.
Yo había esperado y amado largamente, que a lo lejos, diosa del bosque oscuro, tú estabas acostada en algún lugar, como una niña durmiendo, una niña repentinamente despojada de alegría, blanca y maravillosa aún, blanca en tu juventud, estirada sobre tierra extranjera, diosa, ¡inmortal y muerta! Entonces yo voy, sin descansar jamás, o ganar paz, y te adoro más, y al bosque mudo y el santuario de allí adentro.
traducción: HM