El rumbo siniestro del unilateralismo y la doctrina de la responsabilidad de proteger

Autor: Alvaro Correa

De las invasiones de Afganistán e Irak en adelante, la geopolítica global se ha descompuesto hasta la náusea, siendo su punto cúlmine el “visto bueno” de Estados Unidos para que Israel concluya felizmente su genocidio en Gaza, ahora en 2024, para delicia y festejo de miles de agentes inmobiliarios ortodoxos, dueños de fortunas, paraísos fiscales y fondos buitres fenomenales, además de sus acciones en la mayoría de las multinacionales tecnológicas. El plan colonizador-imperialista implica hacer de Gaza una nueva Punta del Este, donde los platudos puedan gozar de sus mansiones y sus suntuosas actividades sin la molestia de que aparezca algún desclasado o descastado en los caminos. Habrá mucho más rubiedad y una merma notable de pellejos parduscos. Igual el esquema de hiperexplotación y régimen esclavo está asegurado para los sirvientes de turno.

Así arrancó el unilateralismo, con la arrogancia del beodo Bush, prosiguió con el histórico primer presidente negro –que fue un tío Tom de relieve, que ilusionó con cambios inexistentes y no se distanció ni un milímetro de demostrar quién merece ser el gendarme del mundo, la primera potencia global-. Y luego de ocho años insoportables de dudas y actitudes timoratas, llegó Trump para llevar al éxtasis la sensación de ser “el más poronga”. Pero el trumpismo, a pesar de su firmeza y presunción, fue depuesto por un anciano enclenque que reflejaba el sentimiento de millones de estadounidenses inconformes con la imbecilidad y el cretinismo reinantes, hastiados de la violencia institucional y de los modales de malevo del “hombre de negocios”. Y todo fue para peor. Lo primero que hizo fue huir de Afganistán y olvidarse del opio creyendo que eso lo iba a ayudar en su lucha contra el fentanilo. Pero como todo político de fuste, erró en sus cálculos y tuvo que lidiar con los montones de problemas que dejó su antecesor en las relaciones internacionales. Su misión de “velar” por las democracias, su posición hegemónica como modelo cultural que promueve el emprendurismo y la dependencia de artificiosas máquinas, fue derivando hacia la práctica de un neoimperialismo cínico y feroz, aplicado en América Latina mediante un revival del Plan Cóndor y la propagación del lawfare, que ha violado la soberanía jurídica de todos los países del planeta, salvo Rusia, China, Corea del Norte, Irán, y en nuestra región, Cuba, Venezuela , que son hoy los países que conforman el Eje del Mal (junto con los esforzados y queridos hutíes de Yemen). En otros términos, “la responsabilidad de servir y proteger” se transformó en la libertad de patotear y hacer bullying a los gobiernos de los mencionados países, además de continuar guerreando con ellos en diferentes esferas, siendo la principal veta abierta la que le encomendó por encargo al líder ucraniano para mantener a raya las aspiraciones rusas de disputarle terrenos y recursos en todo el orbe, principalmente en Africa y en aquellos lugares que históricamente se han mostrado serviles al mandato estadounidense.

Sólo hay que retroceder veinte años para darse cuenta de que el siglo XXI iba a traer distopías y tecnologías que acabaron consumiendo el espíritu humano. La sociedad mecánica racionalista se fue al verdadero carajo y hoy todos andan en los transportes públicos apretujados con sus jetas contra las pantallas de celulares, scrolleando fake news y superficialidades indignas por doquier, en cualquier red social y portal de Internet, vigilados por reconocimiento facial y colocados en un gran hermano fascista -en nuestro caso argentinoide-, donde la carrera es evitar la indigencia que ya atrapó al 20% de la población, provocándose movimientos cataclísmicos en su espigada pirámide social. Pero esto ocurre tanto en “el sueño americano” como en “la pesadilla europea”, todo está impregnado de esta vida mercantilista y exitista al mango, que ya alcanzó la solución para la epidemia de obesidad que afrontaban los países ricos. Hoy casi todos los adolescentes estadounidenses consumen píldoras para adelgazar -además de ritalinas para sofocar sus aspergers– que tienen una eficacia notable, permitiendo que se sigan encajando panzadas de panceta, huevos y papas fritas, acudir luego al gimnasio, beberse un energizante y creerse poderosos como Superman o Sylvester Stallone, aunque sean gerontes seguirán su camino a la indecencia criminal: pueden portar armas libremente para hacerlo.

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