Autor: Robert Louis Stevenson

Mi cuerpo, que es mi calabozo, y aún mis parques y palacios: que es tan grande que estoy todo el día yendo y viniendo, y cuando la noche comienza a caer me arrojo a mi cama y duermo, mientras todos los edificios zumban con desvelo incluso como un  hijo de salvajes, cuando la tarde se lo lleva en su camino (habiendo vagado ella un día de verano por las laderas y cabellera) duerme en un antro de aquel alpe: que es tan ancho y alto que allí, como en los campos de aire sin techo mi fantasía se remonta como un barrilete y se desvanece en el azul infinito: que es tan fuerte, mis más fuertes agonías y los rudos golpes asediantes del mundo no lo rompen, y tan débil a pesar de todo, la muerte fluye y refluye en su pared suelta como el mar verde en las redes de pescadores, y detiene sus parapetos más salientes: que es tan completamente mío que puedo esgrimir toda su artillería, y tan poco mío, que mi alma vive en perpetuo control, y yo sólo pienso, hablo y hago como me enseñaron mis padres muertos: si este cuerpo nacido de mis huesos el alma mendigada tan apenas posee, ¿qué dinero que pasa de mano en mano, que costumbre arrastrándose de la tierra, qué hazaña de autor o  destino, puede hacer de una casa una cosa mía?

 

traducción: HM

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