Autor: Robert Louis Stevenson
Nuestra deidad de Johnie. ¡Cuanta más tristeza! Su tristeza, y deidad del Aqua-vitae. Oh hermano, tú eres una ciudad encogida, ¡ninguna deidad de Johnie! Tomen sus manos y canten una cancioncilla sobre la cabeza de Johnie.
Verlos fue bebida y carne, yendo zigzagueando calle arriba. El estaba por llamar o sentarse, ¡el pequeño cuerpo! Habiéndose curado sus pies con whisky. Ser mejor que desecho era el capricho de Johnie, no había ninguno mejor dispuesto que él, aunque a ratos él no gravitaba el ambiente, ni su oreja atendía sugerencias, y a ratos él se desabrochaba el botón, cuanto menos era mejor.
El pelo suelto hasta la barriga, su punta de labio de tres pulgadas, una manera rebuscada de predicar una sensualidad, un resplandor abierto había en sus ojos y personalidad.
Todo el día y la noche, de amanecer a amanecer, baile y travesura, y doblemente bravo, con una especie de gospel sobre su cabeza, mayo u octubre, como Peden, siguiendo la Ley y no aquella sobriedad.
Whisky y estaban empacados juntos. No importaba la hora, no importaba el clima, John se conservó con cuero empapado y esperma encendido. Con él, no había nadie que preguntar si John había estado borracho.
Los héroes ancianos, en soplidos y pelados, en los sorprendentes días de antaño, la tarea que encontraron a la que fueron llamados, se apilaba pestilentemente a ello. Su vida noble vive vuelta a llamar, él sabía poco sobre ello.
Soltero y estricto, él fue por su camino. El mantuvo la fe y jugó el juego. Whisky y él era hombre y todo a lo que se sintiera inclinado. Huesudo en vida –en muerte- estos dos no estaban divididos.
¡Y oh!, pero John no era apropiado para el deporte. Mientras él sonreía sobre la corte, como Malvolio, mientras roncaba y roncaba fue oído a lo lejos. Las ociosas muchachas del balneario de invierno estaban en el bar de John.
Lo que es meramente humorístico o bonito, el mundo lo contempla con fría mudez. Hombres borrachos toman el lugar más que uno, y ven, sí, ven, la puerta estaba entreabierta para Johnie, o tú y yo.
John ha hecho sonar gorras y cascabeles toda la noche, ha sido un tonto valiente en sedas y hechizos, en uno de los viejos infiernos cantantes de Paris o Sodoma. Yo creo que nadie lo tenía por ningún otro que Johnie Adam.
El sufría –como lo hizo aquel hombre libre de eterno recuerdo, desde que el cansado mundo comenzó, señor o señora, Keats o el escocés Burns, el español Don o Johnie Adam-.
Nosotros vivimos y Johnie muerto. ¡Y flores! El, quien ha mantenido sus piernas tartamudeantes, él hace mucho ve que ha realizado un acto que ruega una explicación. El se queda con cincuenta años, sin ruegos, a su destino.
traducción: HM