Autor: Robert Louis Stevenson
Ahora yo, oh amigo, a quien sin ruido las nieves se asientan alrededor, y cuyo pequeño cubil se oscurece como la ventana inclinada toma su carga: la colina amable, para completar nuestro subsidio a la vivienda, nos ha tomado en el refugio de su regazo, bien refugiados en nuestra esbelta arboleda y anillo de muros, nos sentamos entre sus rodillas, una cantera desusada, pavimentada con rosales, colgada con clematis, el vientre estéril del que surgió la propia casa de los cuervos, que ahora se yergue vista a lo lejos, como una bañista, hasta el cuello en verde. Una cantera desusada, provista con un asiento sagrado para pipas y encontrar meditación para un rincón tan soleado y retirado. Allí, en el claro, cálidas mañanas con varios libros han competido con el bonito paisaje de las colinas que, valle a valle, ruda ladera sobre ladera, ascendiendo a mitad del camino al cenit por todo el cielo vacante para mantener mi atención desatada… Horacio se sentaba conmigo todas las mañanas enteras: y Montaigne cotilleaba, justamente falso y sincero, y Pepys parloteando, y unos cuantos al lado que se adecuaban a la vena fácil, la marea quieta, la calma y cierta permanencia de vida de jardín, lejos hundida desde todo tormentoso rugido de esfuerzo. Cerca del pequeño lugar recluido hay una guarnición de viejos tiempos, una cierta gracia de recuerdos pensativos recubre las laderas: los viejos castaños chismean historias de días idos. Aquí, donde algún predicador andariego, bendecido Lazil quizá, o Peden, en la mitad de la colina había hecho su iglesia secreta, en lluvia o nieve, él anima el residuo elegido desde el infortunio. Toda la noche las puertas se mantenían abiertas, venía quien podía, no había allí historias anhelantes tardías, de cómo los soldados del príncipe Charlie… Yo tenía talentos también. En la primera hora de vida Dios coronó con beneficios mi cabeza infantil. Flor tras flor, los arranqué, flor por flor, los puse detrás de mí, arruiné, marchité, muertos. Muchas veces desaparecía por completo una brillante divinidad, del rango brillante que una vez adornaba su semblante, el Olimpo del niño viejo. Se han ido los viejos sueños bonitos, y uno por uno, como uno por uno, los significados alcanzarlos idos, como, una por una, las estrellas alborotadas y en desgracia, malgasté lo que… Allí, ¡cierra la puerta, compañero!, en demasiadas esperanzas, demasiadas, mi rostro está puesto hacia la pendiente otoñal donde los fuertes vientos… ¡Allí cierra la puerta, compañero! En demasiadas esperanzas, y aún algunas esperanzas quedan que decidirán mi resto de años por la pendiente otoñal.
Se han ido los tranquilos sueños de crepúsculo que amé, como todos los hombres los han amado, ¡idos! Tuve sueños grandiosos, y aún ellos agitan mi alma en lo alto, sueños de corazón robusto y voluntad templada de caballero. Ellos no tomaron su camino en las tierras elíseas, no como antaño a través de la alegre campaña, hacia alguna ciudad soñada, torreada… y mi… El camino serpentea ante mí, dulce y llano, no ahora, pero aunque por debajo de un cielo gris piedra, los bosques rojizos de noviembre se agitan y gimen, aún el camino blanco va a través de ellos, todavía debo yo, fuerte en nuevo propósito, Dios, tal vez prevalecerá.
¡Yo y mis semejantes, improvistos marineros! A cuya luz despierta el otoño, todo mi corazón se llena con graciosos, favorables pensamientos, y toda la noche después, hora por hora, el desfile de amor muerto ante mis ojos se fue orgullosamente, y viejas esperanzas con cabeza gacha siguieron como reyes, sometidos a la hora imperial de Roma, siguieron el auto, y yo…
traducción: HM